miércoles, marzo 28, 2018

Las Ánimas -24-

Galopamos acaso unos 600 metros, antes que la poderosa yegua diese señal alguna de fatiga, progresivamente fui aminorando el paso y el aire volvió a volverse una sustancia que nos envolvió. Andabamos al paso. Solo el viento tibio provocaba sonido. La cara este del cerro Enano, se alzaba ya cerca de nosotros. Un par de esas grandes aves que acá llamamos cuervos, describían círculos sobre la petisa cima. Yo seguía sin acceder a la experiencia sufrida con Ladiana. En ese momento todo era solamente ese momento. Nada más que el presente crudo y duro, mezclándose a penas con el paso del animal, el verde encendido del pasto y el cerro Enano. Al dar vuelta la cabeza tuve la misma sensación de libertad que tenía años atrás, cuando en mi yegua salía a encontrarme conmigo mismo y con aquel presente de entonces que, siendo tan inmensamente distinto de este, era casi casi el mismo. Pensé que los cerros y las montañas le imprimían al paisaje, su propia pincelada de inmutabilidad, su carácter imperecedero y que los Incas tuvieron gran intuición al considerar a las elevaciones rocosas como deidades. Me di cuenta que ese era el primer pensamiento formulado en palabras dentro de mi mente que tuve en un lapso que me pareció casi eterno. Volví a semtirme pesado, con el lastre de toda mi historia sobre la espalda, todas mis vivencias y emociones acumuladas, las responsabilidades y las derrotas acudieron de un golpe a mí, después de formular con palabras aquel pensamiento, al parecer tan inofensivo. Frontera se había detenido. Estábamos en el punto en donde era necesario decidir si iríamos por el monte o si, por el contrario, tomaríamos el paso del cerro. Recordé un poco más. La escena era casi calcada, Ladiana y yo en ese mismo punto, en la última tarde de calor de su vida. El mismo cielo celeste bordado apenas con decorosas nubes blanquísimas. La misma disyuntiva sobre el camino a elegir y la misma decisión instintiva del animal. Al igual que en aquel viejo presente, en éste, tomábamos el paso del cerro Enano por iniciativa de la yegua blanca. Mi cabeza, al reiniciar la marcha, volvió a aquel pacífico estado de silencio. Frontera atravesó con elegancia el primer obstaculo rocoso y enérgicamente nos trepó al primer nivel del cerro, por donde se llegaba a acceder a un viejo trillo que contornea al Enano de este a oeste.

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