Dos aves cantan entreveradas, provocando al amanecer. Todavía es todo noche la ciudad. Llego abatido a fumar sin esperas, el último aliento de la madrugada. La musa me ha dado vuelta la cara y no paro de sentirme un poco vacío. Las palabras me invitan como mirándome con pena, pero en medio hay un vidrio, sonrío triste y hago otro poco de tiempo en la parada bajo la torre de canal 4. Es como si estuviese drenado, envuelto por el calamar tormentoso de la soledad. Apenas recuerdo el día, con su río de corbatas y sus pezuñas llenando los bondis. Mi cerveza va perdiendo efervescencia y ganando temperatura, chapaleando en la humedad con que el tiempo ha inundado mi corazón y vaciado mis manos de versos y carreteras por donde flote la luna en danza y llamarada. Hago que espero un taxi pero en verdad me deutve a juntar mis escombros y echarlos en un asiento para llevarlos a casa. La murga que escucho suena a purgatorio y a epopeya de amor que se astilla en la lejanía de su océano. Supongo que este gusto ha de tener el desamor y la resignación a una vida sin su abrazo.
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