domingo, abril 29, 2018

Fuegos en la nieve

Todavía hay reclames cuadrados flotando en la ternura del domingo. Alienígenas en la televisión, realidad aplomada, huella que se demoró en la lluvia. Un café en la mesita ratona que está sobre el suelo donde le hice el amor una vez. Yo fui a comprar guaraná y la noche tenía eternas tropas de mendigos, dispersos, húmedos y aferrados a un despojo que reconozco humano. Me muero en el cerquillo y la sonrisa de Felicitas. Giro y me pierdo entre sus morrones y su ojo de bife. Es que una mujer cuando cocina con amor... A mediodía me perdí buscando sus ojos en cualquier fotografía y al encontrarlos temí al sospechar que todos sus abrojos prenden todavía en la capa donde mi noche es eterna y la suya es casi ya menos que un recuerdo. Y siguen los reclames cuadrados, y rompe la noche en el murallón de la noche por Cebollatí. Y yo en la Unión elegí no cantar este domingo, elegí la televisión y el postre de bajón solitario, amainar dolor de gambas, dejarme estar fané después de incontables semanas de bar, de madrugada continua, de miles y miles de caras que, pelotudeando en el salón de Baker's, brillan idiotamente contra la luz de su Whatsapp. Don't be one of them, me repetía mi cabeza anoche, cuando en medio del servicio de las 100.000 pulsaciones, los cuerpos adormecidos por el escabio y la multitud me llevaban puesto, al son cobarde de su constante desentenderse del otro, de su "ya no puedo ver al que está al lado", cobardes en su elección de soledad, como yo, este domingo donde volví a extrañar su cabello negro colgar en aquel abrazo. Me voy con Mallmann a sus vientos del sur. 

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