lunes, abril 09, 2018

Tango de las 5 am

Volver, como una sombra sonriente, agazapado bajo las luces de una amnesia arrabalera que domina con su bandoneón, los bordes de la noche, esa noche que se construye a si mismo por los tejados con sarna y bulevares donde solo algunos travestis, bancan el mostrador del otoño. Hora que precede al lunes, en la ciudad que entre terrores, amortigua todos los silencios, apilándolos, amontonándolos bajo la piel del dolor. Callando de forma enfermiza la congelación que la inmoviliza, que la vuelve eternamente una hora inmóvil, previa a la primer claridad de un lunes gris en el que seguramente una llovizna provocará la muerte de cien corazones con alas. Entonces solo la Luna es verdadera, cuando el ardor nos carcome, dejándonos siempre con un hilo, una fibra de cobre, que puede bajar a tierra la ira de todos los cielos, de todos los rayos y resguardar, al final, algún destello de bondad en el espíritu. Madrugada salta en el piano de la orquesta de Troilo. Velas en hileras larguísimas. Lágrimas que adornan candombes que ríen llorando, bailarinas de ocre y purpina, que cargan en su sonrisa ilimitada, el dolor de lo imposible, la mueca de horror de la resignación. El beso de la eterna agonía, el tango que es matador en la vereda del olvido. Mundo de un sueño olvidado. Nocturno. Puteros cascados que albergan a viejos mal barajados, con camperas de cuero que remiten a la violencia y a las derrotas de cárcel, en fascinerosa ostentación de libertad. Dentellada del perro de la melancolía, duro apretando el gañote, revólver, amasijo, tuertos de este tiempo imbécil y arrogante. Baldío donde los perros bípedos pululan comentando la tabla de un campeonato de putrefacción e idolatría vacía. Soledad arrolladora que habilita a un guante de gasa a acariciar las cicatrices , rascándose con venenos de la selva ecuatorial. Hay otro perfume atrás del perfume odioso del carbón y de los adoquines tapados de humos que como tumbas, decoran la ciudad. Hay algo más allá del muelle de penumbra en el que regalamos la vida a la primer pelotudez que ande suelta. Vendré de la escollera y del río de la plata. Sin flores esta vez, solo sonriendo, como una sombra agazapada bajo el mostrador y las esquinas. Cantando: algún día volverá Carnaval. 

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