martes, mayo 15, 2018

Las Ánimas -30-

 Me escabullo, como despegándome entre telaraña y una neblina. Me ladeo, me vuelco un poco a penas, voy zafando de un ámbito amarillento para entrar, salir, volverme pesado y físico en los colores de un mundo que no logro identificar como el real. No hay pensamientos, solo esta búsqueda por hallar una estabilidad de que de golpe se hace absoluta y me arroja, me cincha sin clemencia, a la oscuridad de la sala donde me dormí. Tardo en darme cuenta dónde estoy. La voz de mi tía sale a ayudarme. 
- Estás en casa, mijo. Andá a darte una ducha que estas apestando a caballo. 
- Eh? - respondí, teniendo de un golpe, acceso a todo lo ocurrido y todo lo rememorado. 
- Que van a ser la 1 de la noche, nene, que te vayas a bañar y te pases para el cuarto que me cagaste todo el sillón con tu olor a gaucho.
- La una ya...?
- Pero qué hablo yo? Chino? Griego antiguo? Dale que ya te puse ropa y toalla en el baño de arriba, andá y vení a comer algo que ya casi se fue todo el mundo y los que se quedaron tan dormidos ya. Dale y después te acostás en la cama como una persona.
- Rolo se fue, ya?
- Tu primo anda en las de él... Vaya uno a saber. Ahora dale! Dale!!
 El efecto reparador que tuvo el agua fue insospechado, así que cuando vuelvo a la cocina de mi tía, siento algo como una solidificacion de incontables piezas que estuvieron sueltas durante años. Me siento pleno, cansado pero dueño de una tranquilidad que jamás experimenté antes. La tía leía un viejo libro sobre la mesa central y sobre ella, sobre la mesa, una cesta de mimbre cubierta con un paño grueso a cuadros.
- Bueh... Por lo menos se puede respirar cerca tuyo ahora. 
- Tía, me acordé de Ladiana. 
- Qué hablas, Hernán?. Vení, sentate y comé algo que te perdiste la cena por andar durmiendo como un bobo.
- Ladiana, tía!! La yegua blanca que me regaló el tata, no puedo creer que no te acuerdes?.
- Ah! Ahora que te acordaste vos queres que todo el mundo se acuerde.
- No puedo creer que te hayas olvidado de Ladiana.
- ... Ni yo puedo creer que vos te hayas olvidado de tu yegua.- interrumpió la voz de Beatríz por detrás de mí. 
- Ta, ustedes me están tomando el pelo, no? 
  La cara de mi tía estaba toda colorada, se le notaba con claridad que se aguantaba la risa. Bea, por otro lado me veía con una seriedad de ultratumba. Sus ojos emitían chispazos de energía. El rictus de sus labios escondía tristeza e indignación. Yo estaba petrificado mirándola.  El gesto de pánico en mi cara terminó por aflojar las risas de mi tía y estalló con agudísimas carcajadas. Yo la miré ofendido, como un niño malcriado se ofende ante quien no lo hace sentir tan importante como cree ser. 
- Tu tía no tiene la culpa que vos seas un banana.

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