El cielo de microondas es reposo para mi silencio. La vida me viene haciendo agujeros donde había pintas de cerveza y entre innumerables tabacos, avanza a paso de reloj por las paredes. En la ventana se mece una nube gigante que no ha hecho más que enfriarme la piel y ajarme el corazón. Veía desde un escenario, las aguas palmeantes, el ardor mínimo de una sonrisa o acaso nada. Pero yo veía y ahora ante la humildad de mi estufa, escribo mientras oigo un arrastrarse de cadenas y portones. Salta un deseo oprimido entre los cuchillos de mis dibujos. Hace días que no corro. No he visto más gaviotas ni luciérnagas, ni perros sonrientes ni playas donde el alba corte el cielo a mi salud. Permanezco. Estiro, tratando de anudar cada tentáculo de mi aliento y rezo, cantando letanías sin fe, para que las manos no se me salgan del cuerpo y vuelen como moscas atrás de la vacua postal de una ventana. Gira la rueda. La anestesia surte efecto demasiado lentamente. Queda mucho por hacer.
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