Estoy permanentemente gritando crepúsculo, pateando y silbando bajo el faldón de los perfumes nocturnos. Sentado entre los grillos, siento el universo que florece a toda prisa. Pausa. Silencios abroquelados con dientes de madera. Gruesos cuerpos se retuercen tratando de evitar tribulaciones. La lengua del perro sacude el agua de un tacho y el olor de su pellejo pasa como una ráfaga de metralla, patinando sobre el aire oscuro y devolviéndome a la solidez del zaguán donde la luna se aburre y pasa. Las leyes de la patafísica me van dibujando como un pescador, en los harapos de un viejo pícaro. La calle naranja es escarbadientes para la seguidilla de cementerios que acaparan el paisaje hasta la difusión que va regalando la lejanía. Siempre es bienvenida una noche sin helada. No puedo escuchar motores rayando el parabrisas de la medianoche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario