Son las ocho y en las callecitas de adoquines del paso molino, la niebla de anoche se redujo a un vago brillo bajo la responsabilidad del cielo frío y bajo. Este ómnibus me va a llevar a otro, y ese a Santa Lucía del Este otra vez. Entre la abundancia de gorros de lana y camperones, mi corazón es un puñado de recuerdos de su cuerpo, flotando a la deriva. Hace días que la siento como un dolor dulce detrás de mí esternón. Después de haberla olvidado tantas veces vuelve a surgir desde los años ya eternos de su ausencia. Qué no daría yo por una respuesta a mis tantas cartas, por más corta o escrita en una noche de alcohol que fuese, no dejo de doler por el peso de su silencio ya de años.
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