Recién me doy cuenta que todavía no hablé de carnaval. Pero decir carnaval es decir todavía te quiero, es decir todo cambia siempre y todo permanece siendo una versión crisolada de aquello que una vez se insinuó detrás de las cuartetas de una retirada. Callar a veces es admitir nuestra fugacidad, es tener presente que una flor, un color y un amor casi siempre calan más que el puñal de obsidiana que solo sabe de heridas y de adiós. Carnaval quiere decir cantarle a un balcón vacío, quiere decir serenata desahuciada entre jazmines y serpentinas pausadas junto al pie de un escenario. Carnaval es renacer siempre cantando, siempre sonriendo entre lagrimitas de cristal absurdo. Carnaval es callar la mitad de lo que grita el corazón, es repetir sin ser jamás igual. Un abrazo sin palabras que es todo ojos y manos que buscan alcanzar lo que se sabe que de pique está por fuera del concurso.
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