En mi barrio el otoño tiene tentáculos secretos que comienzan a vestir de ocre las últimas copas. En mi calle la melancolía como siempre se disfraza de cometas tardías, ocasos tempranos y gallos polvorientos que cantan cada noche como espejos descuartizados del alba. Ayer soñé con un muerto grande, hablaba con él en una terraza dorada sobre nuestro actual gobierno, la inflación y aprovechaba esa mágica instancia para confesarle mi admiración. Su rostro pálido y damnificado por el año de muerte, vestía una peluca gris notoria y voluminosa, sin embargo su voz sonaba en mis oídos idéntica a la de su vida, acaso más profunda y triste. Desde ahí se veían las aguas perfumadas por un sol bajo y rojizo. Gente se arremolinaba yendo y viniendo junto a una bruja simpática que a modo de broma convertía a los niños en pequeños roedores color marrón. Yo me desperté de mal humor, resfriado y con ganas de seguir durmiendo.
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