Hoy tenía que llover, aunque sea un poco. Porque María Derrota todavía vive y porque de ella solo queda esta llovizna sucia como emoción de la vereda. Ave de paso borroneada en el pizarrón de un tablado, pequeña incertidumbre en la inmensidad de promesas que no van a tener cumplimento. Aunque las huellas de aquella arena imposible jamás hayan sido pisadas, aunque ya su voz se perdió entre las fisuras de mi mente, aunque ya no exista más aquel ventilador, una célula de mi cuerpo aún la recuerda y con ella escribo, un 12 como cualquiera
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