Ésta tarde a mitad de la vereda, bajo el cobrizo resplandor del atardecer, noté cuánto he podido soltar y me sorprendí. Capaz qué vivía en la creencia de ser un ser anterior a mí mismo, anterior a ésta tarde improvisada, a ésta nueva actualización de mis profundidades. Noté con un poquito de tristeza la magnitud de mi herida trascendencia, tan pequeña, tan lejana, tan auténtica. Por ahí llegué a sentirme un poco descolocado, cómo arrojado de golpe a lo improbable del destino, me causó impresión darme cuenta de cuán hondo estamos pataleando en la secreta marea de nuestra suerte. Ahí se me dió por escuchar murga. Después darme cuenta, irremediablemente, que el camino me puso en esta canción. La escuché viajando en un 230, volviendo a mi casa a las diez de la noche de este sábado sagrado y ordinario. Reconocí en los intervalos silenciosos de la melodía, y en la tierna profundidad de la poesía, una constante indescriptible de mi propia sensibilidad. Entonces se me antojó compartirla y mandarle saludos a quien corresponda.
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