Hoy soñé con vos, estabas igual de distante, de marina, de gélida que en este último año, tenías los ojos encendidos e inyectados en tu tristeza primaveral, tenías tu locura galopante, tu enfermedad sin pensamientos, tu corta visión del futuro. Estabas exactamente igual a ese mudo, peleador e indomable animal de pradera que sos en verdad. Yo también era el mismo, loco, deprimido, lleno de miedo y con la herida fresca de la ingle a la garganta que me regalaste cuando nos fuimos. Quise creer que era verdad, quise creer que estabas de nuevo a mi alcance, intenté por todos los medios olvidarme de que ya sabía en lo más hondo de mi cuerpo de ensueño que aquello no era real. Me quise confundir en los colores imposibles, me quise perder en la irrealidad de tu cercanía y miré tus labios, con tanta intensidad que el mundo real que latía por fuera de mi dolorosa ensoñación era solo un recuerdo menos que borroso pero a la vez duramente imborrable, lleno de mierda y de ángeles sucios y luminosos. Encontré la manera de controlar los sucesos del sueño, con un solo intento quite a todos los vanos actores que rodeaban el escenario de mi mente y nos quedamos solos. Solos en un silencio húmedo y acogedor que no era el silencio este, lleno de espinas y de palazos, era otro silencio, un silencio hondo y conmovedor que tuvo lugar varias veces ya, en ese pasado trémulo que sigue con vida, ya lo veo, tan solo en ese hondo e inalcanzable lugar de mi mente, donde estábamos otra vez solos, mirándonos a los ojos. Extendí mi mano y toqué el borde de tu pierna, que vestía para mi mayor desconsuelo aquella calza que tantas y tantas veces bajé en la profundidad de nuestro cuarto de niños, fue entonces que intenté repetir la maravillosa hazaña de poseerte a mi manera, de la manera que solo vos conoces, a la deliciosa e inigualable manera del más hondo de los amores humanos. Pero fue justo ahí que me di cuenta que no eras vos realmente, cuando no volvía de aquella imagen tuya el penetrante olor a deseo de "siempre", cuando no volvía de tus caderas aquel rumor de huesos profundo y desacatado. No me importó, aunque sentía ganas de llorar y una vez más saqué corriendo a todos los fantasmas del mundo real que me decían que no eras vos, que no eras vos y que nunca lo serías en el cielo o en la tierra, que ya era peor que imposible aquella escena donde nos encontrábamos sin inhibiciones y enteramente abiertos y dispuestos para la conexión de nuestros espíritus y para la perfecta comunión, como tantas otras maravillosas veces, de nuestros cuerpos carnales. El inconmensurable placer que recibía por cada una de mis células no era real, pero tanto y tanto desee que lo fuera, que por momentos pude percibir en aquel sueño una cruel ráfaga de nuestro pretérito perfecto envolviéndome, pude ver la calza arrugada, gris, perfumada, enrollada al rededor de tus blancos tobillos, pero desapareciste... como siempre y me desperté hace un rato con una espina de pescado atravesada a mitad de mi pecho sin aliento, con una tristeza universal y un desasosiego tan puro e inamovible que no encontró más desembocadura en este universo que estas torpes palabras de un amor que se pudrió en los azahares del tiempo y que ya no volverá...
No hay comentarios:
Publicar un comentario