Será que desde hace un tiempo las luces de mi cuarto están apagadas y las ventanas solo parecen cuadros decorativos de una irrealidad que ya no distingue lo cierto de lo incierto?
He entrado a diario, a ver si aparecías por algún lado. Solo falta algo más que una noche para poder compartir otra vez un poco de ... todo eso que supongo que te estará viniendo a la cabeza (bueno al menos a mi si). Te confieso que hubiera dado todo por repetir eso, pero me siento preso en un lugar donde te aseguro que vos no quisieras estar y matarías por estar ahí, sin saber a donde ir, fumándote el último tabaco que te queda y viendo pasar los aviones por tu ventana con la esperanza de que algún día vayas a volar.
Prefería eso, es más, preferiría terminar, y comenzar el año con ese sentimiento de que uno se mata por la costumbre nomás, pero bien sabe lo que significa cuando ya no está ahí. Creo que lo mejor, a falta de eso, sería estar solo, pero no encarcelado.
Sabes que? acá sí falto el vino, y el agua, y más que eso. Parece mentira, en un lugar donde todo es posible.
Hoy sueño con el barro, con la mugre auténtica y las miradas sin rumbo. Con sus deseos frustrantes, pero auténticos. También sueño con la falta de cuerdas, con la mitad de un pucho roto y cientos de medias canciones sin terminar. Y las idas y las venidas de siempre, las llegadas tarde, el frío húmedo y la tierra que se va formando en las calles que no tienen fin, que no terminan en nada, que se mueren por el hecho de solo estar ahí. En ellas no me pierdo ni me dan ataques.
Aquellos trenes de carga, los vagones rotos, las ventanas apedreadas por la gente a la que ya no le da el rostro para mirarse a través de esos cristales sucios, e historias que pesan como la mugre. Esa nostalgia tal vez ajena, de algo que nunca conociste, y claro, la ves en otro lado mejor de lo que creías, pero, igual lo dejarías por un vaso sin lavar, esa media luz blanca de las calles suburbanas a la noche y los perros hambrientos que lloran al ver la luna allá escondiéndose entre los nubarrones. Los agrietados rostros de piedra de los veteranos que andan por inercia camino hacia la bajada, viendo como doblan la esquina los taxis vacíos y el silencio fatal de otra medianoche donde miles de sueños mueren asesinados otra vez por la ciudad. Pero vuelven a nacer otra vez.
Y quedan restos de los asientos de la rambla, alguna estación abierta y un rejunte de monedas en el camino. Esa sensación de ver que todo es tan lejos, pero que hacia algún lado alguien pretende ir. Esa persecución interminable de tu vida misma que te mantiene vivo, ese hambre de llegar y componer en medio de todo ese desorden que tenés alrededor, sabiendo que mañana llegarás tarde otra vez pero que no te importa. Esa mirada cómplice con tu último tabaco, sabiendo que ambos se consumen mutuamente en la pequeña e incierta soledad de tus rincones. Ahí alrededor, descansan, sin que te percates de su aguada presencia, vestigios de viejos (y no tan viejos) recuerdos de vidas, de viernes y sábados y domingos, y lunes, en otros cuartos, golpeándote contra otras puertas, y cuerdas.
Y ese aire que no te acondiciona demasiado la situación, ese caminar rápido ansioso hacia el bar, un café sin azúcar sigiloso en medio de la resaca de un miércoles, ahí, en medio de la semana y de tu desorden mental donde todos tus proyectos se te escapan de la cabeza pero los dejas ir por disfrutar ese momento, sabiendo que mañana vienen otra vez y que no es necesario llegar a no sentir más el frío, el timbre insoportable de tu apartamento o llegar al punto de revolver una taza de café.
Tal vez hasta un cuatro de julio pensando en buscar agujas, decirle a la poca humanidad que queda que ya nadie vuela, en tan solo un par de horitas. Consolándonos con grandes dosis de cafeína buscando que el cuento tenga una realidad, que el parpadear no sea solo un hecho involuntario de buscar el sueño, sino que también los hagas venir esta noche con algo más que la intención. Meterle un dedo profundo y sostenido a toda la demora en ver a luz a aquellas cosas que seguramente volverán a aparecer al volver, o espero que antes.
Hasta te de el tiempo para irte caminando por el centro y corras a comprar el vino más costoso de la tienda para esa última noche por un tiempo, recorriendo algo más que viejas calles sureñas donde hacía tiempo que no andábamos. Procesando por dentro algo tal vez inevitable. Pero todo tiene además de su precio, su premio. Espero que sea cierto. Espero verlo nacer otra vez.
Y allá lejos, mientras vas caminando desolado hacia la soledad de ese barrio norte sintiendo la pesadez de tus zapatos, volvés a imaginar aquel encuentro y partida a través de ese banco de niebla que va transformando el paisaje en una especie de ruina china, en esa canción interminable que te va a perseguir hasta cuando escondas tu pesada cabeza debajo de la almohada.
Ya no se cuantos anothology deberían haber con todo esto, un álbum entero con versiones muy raras. Te dije, te veo aquí, pero la niebla llego hasta los más remotos lugares de Manhattan y alrededores, y al final me dejó sentado sin saber que hacer. Viendo como la gente tropieza por la ventana y evitando salir para evitar un próximo estado de alerta que me conduzca al colapso total.
Ese incierto día espero ser recibido nuevamente con la promesa de devolver a su dueño el festejo debido del año próximo. Así que andá preparándote para conseguir eso que tanto va a hacer falta. Esa sustancia símbolo de una promesa que prefiero decir que no incumplida aún, solo demorada un poco. Ese arañar eterno al futuro prometido que se deja rozar y se aleja una y otra vez. Esa melodía difusa que busca salir por estos barrotes que se han formado con el tiempo y me han dejado aquí, y que te podrá decir un poco mejor las cosas.
He entrado a diario, a ver si aparecías por algún lado. Solo falta algo más que una noche para poder compartir otra vez un poco de ... todo eso que supongo que te estará viniendo a la cabeza (bueno al menos a mi si). Te confieso que hubiera dado todo por repetir eso, pero me siento preso en un lugar donde te aseguro que vos no quisieras estar y matarías por estar ahí, sin saber a donde ir, fumándote el último tabaco que te queda y viendo pasar los aviones por tu ventana con la esperanza de que algún día vayas a volar.
Prefería eso, es más, preferiría terminar, y comenzar el año con ese sentimiento de que uno se mata por la costumbre nomás, pero bien sabe lo que significa cuando ya no está ahí. Creo que lo mejor, a falta de eso, sería estar solo, pero no encarcelado.
Sabes que? acá sí falto el vino, y el agua, y más que eso. Parece mentira, en un lugar donde todo es posible.
Hoy sueño con el barro, con la mugre auténtica y las miradas sin rumbo. Con sus deseos frustrantes, pero auténticos. También sueño con la falta de cuerdas, con la mitad de un pucho roto y cientos de medias canciones sin terminar. Y las idas y las venidas de siempre, las llegadas tarde, el frío húmedo y la tierra que se va formando en las calles que no tienen fin, que no terminan en nada, que se mueren por el hecho de solo estar ahí. En ellas no me pierdo ni me dan ataques.
Aquellos trenes de carga, los vagones rotos, las ventanas apedreadas por la gente a la que ya no le da el rostro para mirarse a través de esos cristales sucios, e historias que pesan como la mugre. Esa nostalgia tal vez ajena, de algo que nunca conociste, y claro, la ves en otro lado mejor de lo que creías, pero, igual lo dejarías por un vaso sin lavar, esa media luz blanca de las calles suburbanas a la noche y los perros hambrientos que lloran al ver la luna allá escondiéndose entre los nubarrones. Los agrietados rostros de piedra de los veteranos que andan por inercia camino hacia la bajada, viendo como doblan la esquina los taxis vacíos y el silencio fatal de otra medianoche donde miles de sueños mueren asesinados otra vez por la ciudad. Pero vuelven a nacer otra vez.
Y quedan restos de los asientos de la rambla, alguna estación abierta y un rejunte de monedas en el camino. Esa sensación de ver que todo es tan lejos, pero que hacia algún lado alguien pretende ir. Esa persecución interminable de tu vida misma que te mantiene vivo, ese hambre de llegar y componer en medio de todo ese desorden que tenés alrededor, sabiendo que mañana llegarás tarde otra vez pero que no te importa. Esa mirada cómplice con tu último tabaco, sabiendo que ambos se consumen mutuamente en la pequeña e incierta soledad de tus rincones. Ahí alrededor, descansan, sin que te percates de su aguada presencia, vestigios de viejos (y no tan viejos) recuerdos de vidas, de viernes y sábados y domingos, y lunes, en otros cuartos, golpeándote contra otras puertas, y cuerdas.
Y ese aire que no te acondiciona demasiado la situación, ese caminar rápido ansioso hacia el bar, un café sin azúcar sigiloso en medio de la resaca de un miércoles, ahí, en medio de la semana y de tu desorden mental donde todos tus proyectos se te escapan de la cabeza pero los dejas ir por disfrutar ese momento, sabiendo que mañana vienen otra vez y que no es necesario llegar a no sentir más el frío, el timbre insoportable de tu apartamento o llegar al punto de revolver una taza de café.
Tal vez hasta un cuatro de julio pensando en buscar agujas, decirle a la poca humanidad que queda que ya nadie vuela, en tan solo un par de horitas. Consolándonos con grandes dosis de cafeína buscando que el cuento tenga una realidad, que el parpadear no sea solo un hecho involuntario de buscar el sueño, sino que también los hagas venir esta noche con algo más que la intención. Meterle un dedo profundo y sostenido a toda la demora en ver a luz a aquellas cosas que seguramente volverán a aparecer al volver, o espero que antes.
Hasta te de el tiempo para irte caminando por el centro y corras a comprar el vino más costoso de la tienda para esa última noche por un tiempo, recorriendo algo más que viejas calles sureñas donde hacía tiempo que no andábamos. Procesando por dentro algo tal vez inevitable. Pero todo tiene además de su precio, su premio. Espero que sea cierto. Espero verlo nacer otra vez.
Y allá lejos, mientras vas caminando desolado hacia la soledad de ese barrio norte sintiendo la pesadez de tus zapatos, volvés a imaginar aquel encuentro y partida a través de ese banco de niebla que va transformando el paisaje en una especie de ruina china, en esa canción interminable que te va a perseguir hasta cuando escondas tu pesada cabeza debajo de la almohada.
Ya no se cuantos anothology deberían haber con todo esto, un álbum entero con versiones muy raras. Te dije, te veo aquí, pero la niebla llego hasta los más remotos lugares de Manhattan y alrededores, y al final me dejó sentado sin saber que hacer. Viendo como la gente tropieza por la ventana y evitando salir para evitar un próximo estado de alerta que me conduzca al colapso total.
Ese incierto día espero ser recibido nuevamente con la promesa de devolver a su dueño el festejo debido del año próximo. Así que andá preparándote para conseguir eso que tanto va a hacer falta. Esa sustancia símbolo de una promesa que prefiero decir que no incumplida aún, solo demorada un poco. Ese arañar eterno al futuro prometido que se deja rozar y se aleja una y otra vez. Esa melodía difusa que busca salir por estos barrotes que se han formado con el tiempo y me han dejado aquí, y que te podrá decir un poco mejor las cosas.
Para NandoXXI
Muy pocas palabras me quedan en la garganta quebrada para agradecerte lo integral y profundo de tu memoria y lo elegante, honesto y conmovedor de tu escrito.
ResponderEliminarMe cuesta sobreponerme todavía a la hiriente belleza de tus frases asesinas y me hubiera gustado que no éstas terminaran nunca.
Quiero que sepas que todo esta en su lugar (en un perfecto desorden), esperando por tu regreso para comenzar de una vez por todas.
El año comenzó, por acá, de una forma tan distinta al año pasado que... casi ni se notó.
Te mando un enorme abrazo, del corazón, y espero que todo salga como tiene que salir, sin demasiadas demoras.
Se te quiere!!
fff....recien le daba una pasada a esto y, fuerte...
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