No pasan los minutos, la cadena es cadena encadenándose a si misma. Estamos en cadena, la libertad vaga errante, lejana y ajena a todos estos libros tan lindos que alguien compró, de buena edición y de dudosos autores. Vuelvo a ver el reloj mientras el invierno se desparrama por fuera del cuarto que resiste al embate de la helada gracias al fiel quemador de una estufa a gas. Imagino que el humo del pucho estará pegado todo al techo, mis párpados pesan y no tengo muchas ganas de nada, son las once de la noche, siento que es extraño... o peor aún, creo que es perfectamente normal.
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