Simplemente me aterrorizó. Algo a un nivel primario se disparó dentro de mi cuerpo a causa del carácter inesperado de aquel olor de mar revuelta, salido de la nada, inapropiado por demás dentro del baño de mi amigo que siempre olía a la misma mezcla de lavanda y lejía, de brocha de afeitar y jabón astral . No pude siquiera racionalizar la causa de aquella reacción, me hallaba algo confundido, como fuera de mí incluso antes de entrar al baño, pero después de esto mi estado de ánimo sufrió un derrumbe de sismo que definitivamente aflojó toda la musculatura de mis prienas, me mareé, me recorrió un estallido de sudor frío y los finos azulejos del baño giraron sin control al rededor mío. Me hubiese desmayado, de no ser porque en el preciso instante en que mis ojos se llenaban de destellos blancos, mi colega golpeó la puerta preguntándome, a través de ella si me encontraba bien. Dije que sí y pude entonces, juntar la fuerza suficiente como para aparentar dominio sobre mis facultades, acomodarme la ropa y tras lavarme las manos y la cara, salir del cuarto de baño para volver a mi anfitrión evitando dar una imagen de indisposición.
- Se encuentra bien, doctor?- preguntó mi amigo.
- Sí, no se preocupe, todo esta en orden- repuse intentando enmascarar la insólita sensación de ahogo y mareo que, aunque desvaneciéndose, aún me recorría.
Los ojos de mi colega, el brillo pálido de su piel y el tono profundo de su voz, lejos de tranquilizarme, me provocaron todavía mas desconcierto. Una sospecha extravagante se apoderó de mí al percibir el disimulado temblor de sus manos. No dije nada. Volvimos a sentarnos, la música de Beethoven cesó y el sonido de una lluvia pesada se hizo con el silencio de la sala. El tiempo se volvió grumoso y viscoso durante unos minutos. El doctor estaba de espaldas mirando por la ventanas, como más allá de la gruesa cortina de agua que se batía sobre el vidrio, como con un chasquido interminable. Mi celular vibraba dentro del bolsillo con regularidad, pero yo pretendía ignorarlo, imponiéndose en mis pensamientos la idea de Celia haciéndose cargo de todo, tan operativa y leal.
Solo intentó mi amigo comunicarse conmigo en una ocasión y fue cuando se dio vuelta y me miro con unos ojos inquietos y una mueca de contracción en los labios.
- A pesar de tanto estudio no sabemos nada de este mundo doctor. No alcanzarían cien mil vidas para entender... - dijo y era una sombra cuyos pasos se perdían en la risa de la lluvia.
Sus palabras y el tono que empleó para pronunciarlas me arrinconaron forzando a mis ojos a clavarse en el suelo, solo pensaba en irme apenas se mitigara el agua. Pero llovió todavía más fuerte y no me quise resignar a quedarme más, pero el atronador rugido de un trueno reventó en la cercanía de la aduana y me sentí paralizado.
- Pero qué le voy a decir a usted, si veo que sabe más de lo que piensa qué sabe.
No contesté. Un enfermizo caos de sensaciones hicieron un nudo en mi cavidad abdominal y emití una vaga expresión de asentimiento. Mi amigo a mis espaldas se rió entre dientes de nuevo mirando la lluvia sobre los techos vacíos.
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