- Pará. - Tití la detuvo en seco. - Me olvidé de colgar la ropa, podrás creer?. No te animrías vos, Beatriz, en un momentito.
Sin decir palabra volvió a hundirse en la penumbra de la cocina. La vieja se rió entre dientes y me dio la impresión de que la aparición le resultó inoportuna. Por algún motivo, Rolo y yo suspiramos con alivio. Tomamos dos o tres mates más, mientras la tía tarareaba una tonada improvisada, con su dulce voz rasposa, casi en un susurro. Se me fue antojando que la melodía iba reproduciendo el contrno de la sierra, podía sentir la silueta de los cerros, la piedra primigenia rozando el pasto, la sombra voladora de los cuervos, acechando las serpientes que toman sol en las grietas del mediodía. De a poco fui visualizando incontables detalles, pero con los ojos abiertos, atendiendo el cántico y la lenta ronda de mate. El no haber pegado un ojo en toda la noche, favoreció que la modorra fuese ganándonos de a poco. La placidez era sobrecogedora y nos aflojamos sin presiones ni apuros de ningún tipo, liberando toda tensión corporal y mental, al abrigo de la sombra del paraíso, junto al fogón en el suelo. Así pasó una buena media hora, tan liviana y ágil como la brisa de la mañana. Tomando mate. Dejando la cabeza volar.
Beatríz apareció de pronto y con paso lento, traspasó el umbral hacia nosotros. Su imagen era la de la paz y a su vez resumaba un antiguo dominio de sí, una especie de sabiduría ancestral, que terminó de darle al ambiente, un aire decididamente místico y trascendental. Rolo y yo la veíamos venir como en cámara lenta. Ya no sentíamos miedo, sino un abandono y una placidez casi narcótica.
- Ahora sí - susurró Beatriz, tras mirar su muñeca izquierda - Los están esperando.
Recuerdo haber observado que no llevaba reloj, pero después no vimos más nada. Una espesa niebla nos envolvió instantáneamente. No había piso ni techo, solo gris y rojizo, alternando como en lentos relámpagos. Rolo estaba muy cerca de mí, no lo veía pero estaba ahí. Tampoco tenía miedo. Estaba parado en la misma niebla y se sentía entregado, relajado y lleno de una inocente curiosidad, igual que yo. Parecíamos estar flotando. Sin embargo no fue esto lo más inusual, sino que en otro abrir y cerrar de ojos, nos encontramos sentados en la cima del Cerro Enano, con Noelia y Valeria, a ambos lados, formando un cuadrado y habiendo olvidado por completo, el paso por aquella zona desdibujada e ingravida. Todo el cielo armaba una escena panorámica que me conmovió por su belleza y tranquilidad. Nos perdimos un momento en la contemplación.
- Bueno, chiquilines... - dijo Valeria, al final. - Ahora sí podemos hablar tranquilos. Qué les pareció la meditación?
Ninguno de los tres pudo responder la pregunta. Solo emitimos expresiones inarticuladas de relajación y somnoliencia. En ningún momento nos pareció raro el hecho de aparecer en la cima del Cerro.
- Pero... Y cómo sabemos que esto no es un sueño, también. - preguntó Noelia, con cara de cansada.
- No se sabe... Nunca se sabe. - repuso Rolo.
- No. Esto no es un sueño. - dije yo mirando mi reloj de pulsera, que marcaba las 8:10 am.
- Es verdad que no es un sueño. - certificó Valeria. - Pero eso no te lo asegura el reloj.
- Cómo que no? Nunca podes mirar la hora en un sueño. Y menos la fecha... 27 de enero.
- Cierto. - terció mi primo, mientras estiraba sus brazos por sobre la cabeza.
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