lunes, enero 14, 2019

Las Ánimas -41-

    Ni diez minutos pasaron y la tía volvió a salir, trayendo en una mano, un plato con un repasador encima. Bajo el brazo, un termo, y en la otra mano un mate nuevo. Era cierto, el nuestro ya estaba lavado. Se paró frente a nosotros mirándonos fijamente. No tenía dónde sentarse.
- Dale, bobo, arrimále una silla a tu tía. - le dije a Rolo, que parándose de un salto, corrió hasta donde estaba su poltrona de mimbre. - Y algo para apoyar, ya que estás. 
- Dale, bobo, arrmále una tía a tu silla - se burlaba de mí al traerlas. 
    La tía se sentó y puso las cosas sobre la mesita plegable, bajo la sombra fresca de uno de los tantos árboles del fondo. Destapó el plato y bajo el repasador estaban unas medialunas de aspecto increíble, doradas y perfumadas, todavía tibias bajo el brillo de la jalea. Rolo y yo las mirámos atónitos. Se veían realmente tiernas y deliciosas. Los dos nos tiramos desesperados sobre ellas y comprobamos quedarnos cortos con la suposición, estaban extraordinarias, más allá de toda descripción posible. La mantecosa textura, la justa cantidad de jalea liviana de manzana, todo cedió ante la primer mordida, remontándonos a ambos en un éxtasis inmediato. Las dudas que ambos tuvimos al verlas, sobre cómo y en qué momento las había elaborado, se dispersaron ni bien la esponjosa masa se deshizo en nuestras incrédulas y fumetas bocas. 
- Pasaron bien anoche, veo. - diagntosticó la tía con aire de aguda observadora.
- Sí, la verdad que sí. - repuse. - fue como si nunca me hubiese ido. 
- Comieron cosas de la huerta de Valeria? - preguntó como al pasar.
- Sí, se pasó Hernán, hizo un fondue de queso que "mamita que lo tiró" y después lo puso todo arriba de esos vegetales que trajo la gurisa, - haciendo ampuloss gestos, casi obscenos. - uh!! enserio que eran una cosa especial. Algo se ve que aprendió de vos, tía.
- El queso era lo de menos. Hernán siempre le echa queso a todo. Y vos, qué alcahuete que sos, Rolito. Qué va a aprender? Todavía no aprendió nada, éste. En ningún momento se preguntó por qué esa comida era diferente de todas las otras comidas. O por qué era mejor no echarle tanto queso y mejor hubiese sido armar un aderezo simple, una emulsión bien liviana para mojar los bastones asados y no semejante cacho de queso derretido.
    Acto seguido, hundió la fina bombilla de plata en su mate recién aprontado. Ni Rolo ni yo relacionamos sus palabras con los sucesos acontecidos. Sinceramente, pensé que lo decía con un poco de celos ante lo que yo aún consideraba como una genialidad. Después de todo estaba demasiado rico. Las aves ahora eran más potentes en su canto que nunca. Cebó y un abanico de frescos aromas herbales se desplegó en torno nuestro. Se tomó el primero con toda tranquilidad y luego, dejando que la bombilla enfríe un poco, le ofreció uno a Rolo, que con los ojos brillantes, tomó también y agradeció con muecas y pamento, exhaltando su inusual pero delicioso sabor.
- Mmh.. Tití, qué rico éste mate! Qué le echaste?
- Ah, una pavadita. Son yuyitos para maridar con las medialunas. Vieron como soy, cada cosa va con cada cosa. No como otros. - refiriendo a mí sin disimular en absoluto.
  La combinación era insuperable, se podía percibir una amplia gama de hierbas, alimonadas, maduras, terrosas, pero a su vez era tan balanceada la totalidad de los sabores que era difícil distinguirlos por separado. Admito ahora que cuando escuché la palabra yuyitos, presentí que se trataría de aquellos mates típicos de la tía, que yo justamente por eso siempre intentaba evitar, ya que mi padre me acostumbró a consumir siempre la misma y única marca de yerba. En Buenos Aires era muy difícil de conseguir y no pude hacerlo hasta ya pasados los primeros seis meses de mi estadía. Sin embargo tuve que ceder y admitir la verdad. 
- Vos sabés que no soy mucho de los yuyos en el mate, tía, pero te tengo que reconocer que está de re chupete. 
- Ustedes del único yuyo que saben es de esa porquería que fuman. Todo lo demás, ni pelota. - Sonó la voz clara de Beatríz, apareciendo también en el umbral de la puerta. Un miedo inesperado se apoderó de mí y de mi primo. 

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