Brotan de mí, los pálidos licores del invierno. Pierdo la cuenta de mis derrotas por fortuna, creo, y una amnesia me adormece con brazos que son muy parecidos a fotos de otros inviernos, o a ramos de flores cuyo nombre se me va a escapar por siempre. La noche parece usar un paracaídas invisible, y se descuelga voluptuosa, detrás del rocío y de mis pensamientos. No tengo dudas que existe un ciclo perverso, una rueda de torturas que juega con las agujas del tiempo, gracias a la complicidad inalterable de la eternidad. Desearía que éste manantial fuese capaz de neutralizar las desgracias que desde el pasado, me extienden su mano congelada, forzando a mi silencio a hacerse como de hierro o de ortiga para dar vuelta una página que es acaso siempre la misma
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