sábado, junio 26, 2021

Sueño invernal

 Soñé que visitaba una casa donde un gran amor del pasado vivía con su nueva pareja. La luz verdosa del mediodía invadía los cuartos con una intimidad abrasadora. Al mirarnos nos reconocíamos sin dudas y un aliento animal y primitivo, bordaba el aire con flores de otra inmensidad, un universo alternativo donde el ardor de hondas pasiones aun no se hallaba en éste actual estado de putrefacción. Ahora me llama la atención que el diálogo era fluido y orgánico, pero carecía de la gravedad que el paso del tiempo le tenía que haber otorgado, pero más todavía podía sentir en mi amada, una voluntad sexual, una pulsión de lujuria que no era nada acorde con su compromiso de índole casi matrimonial. Él no estaba, pero podía venir en cualquier momento. Ella lo sabía y lejos de ocultarlo, lo insinuaba sin restricciones en sus gigantescos ojos de cordero perverso. Rápidamente la conversación perdió la frivolidad cotidiana con la que comenzó y la distancia entre los dos cuerpos era ahora mínima y cada vez más alta en temperatura e intención. Entraba en ese instante su nueva pareja a la casa y nos ve conversando de forma civilizada, ella me presenta y nos saludamos con naturalidad. Él se excusa para tomar de la habitación algunas cosas y procede a despedirse con algo de prisa, diciendo que lo esperan en determinado lugar. Me da la mano y a ella un beso que no me produce nada, da la vuelta y sale por la puerta por la que entró. Se hace un silencio como de espera, se tensa el aire clandestino que respiramos con dificultades. Entonces yo la agarro del cuello y desposeído del disfraz de apacible visitante que traía al llegar, aproximé mi boca a su oído para pronunciar palabras ahora irreproducibles, toda su fragancia, su alma misma se me metía en la nariz como si fuese un perfume embriagante. Ella entregada a la misma ferocidad que yo, me apuntó con sus ojos de nido de metralla y me acribilló con una respuesta oral que me doblaba en provocación. Nos entregamos al urgente ritual de quitarnos la ropa mutuamente y nos liquidamos con obcenas promesas sexuales que estaban a punto de ser cumplidas. Todo se detiene. Ella siente que se abre la puerta de calle, anterior a la de su apartamento y adivina que es su novio que regresa a causa de algún inoportuno olvido. Semidesnudo corro a esconderme en el baño y a vestirme a toda prisa. Me despierto entonces, me doy cuenta del vacío laberinto de oscuridad que es la vida misma y me lamento de carecer ahora de aquella luz verdosa que recién me envolvía en una deliciosa inmediatez, puesto que es el grisáceo resplandor del alba invernal lo que inunda la tristeza irreparable de mi habitación real sin ella para siempre.

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