La naranja está madura en mi árbol, el año con su bolsa de papel picado arrastra el paso cuando llega el frío. Acá hay niebla, hay temporal silencioso sobre el pasto amarillento y un hornero, con sus ojos como botones de lluvia, paseando exento de las nociones humanas que encarcelan al mundo. Allá se puede distinguir el celeste, tras la ruana melancólica de los altos nubarrones, en su lejanía parece un rezo de convento, una esperanza de fatigas incontables mientras en este plano somero y sutilmente azulado abunda la zozobra y la lentitud. Un reloj de pie ante un espejo. Una copa vacía se va olvidando de noches de lectura en voz alta y fotos familiares. Flota mi corazón entre tanta literatura, mi paciencia aerostática es un devenir que flota en la penumbra de las cinco y media. Debería recibir un correo con respuesta, pero el silencio sigue siendo torvo y sin más augurios que la nostalgia de su cabello negro.
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