Los ojos de los felinos brillan en los matorrales mientras que el miedo recorre las calles deshechas por la implacable sed de las miras y la polvareda de los correteos eternos. Pesadas maquinarias se arrastran con dolor en una despiadada búsqueda de sangre, en una tonelada de malicia contenida y disparada infinitas veces hacia un horizonte encarcelado, hacia una luna presa de si misma mientras mira con asombro como va cayendo la noche asfixiante del continente en continuo fogueo, donde se forjan los machetes más afilados del mundo, las armas blancas que borran la historia tronchandolas por la raíz hasta que alguien grite. Alguien grite entre las moscas de los campos de refugiados donde las miradas de humo violan y desgarran la carne de aquellos papeles que nadie conoce esta mañana triste en la que fuerzas rebeldes odian como siempre a la negrura insondable de sus hermanos cargados de metralletas. Cuidado niños...
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