Y como era previsible, mi primera experiencia Orweliana (más bien vinculada a su novela Down and Out in London and Paris) no demoró demasiado en llegar. Fue viernes todo el día. El feroz viento se asentó y dejó su lugar a un frío húmedo y penetrante. Masi faltó al ensayo porque uno de sus amigos había vuelto de Nueva Zelanda. Era el cumpleaños de la madre del Cabeza y tampoco él asistió, pero sin ser por ellos, la Ternera estaba completa en su formación.
Esa misma semana Matías, Soledad, mi primo y yo, tuvimos un encuentro extraordinario, sentados a la puerta del Piropo bajo la imposible luna llena, donde sellamos la retirada con múltiples cervezas de por medio (algunas invitadas por el bar) y abundante marihuana, ambas funcionaron como un oportuno lubricante para la extensa y extenuante negociación que mantuvimos por más de tres horas.
Estaba pronta y finalmente se cumplía la promesa de cantar una retirada en serio, era sencillamente matadora. Estábamos no sólo satisfechos sino que altamente manijeados. El entusiasmo una vez que la despedida estuvo lista, se potenció de forma insospechada y aquel viernes estábamos todos embebidos en las líquidas oleadas de una euforia deliciosa.
Estrenaba como nuestro monitor el Mago, director de Háganse Cargo, murga que daba prueba de admisión para carnaval mayor, actual campeona de murga Joven y con quienes además nos vinculaba un amigable lazo de camaradería.
El mago resultó siendo un personaje entrañable y a quien durante el ensayo, logramos enamorar, con humildad y puro huevo, aunque sea mínimamente con nuestra propuesta. Desde un primer momento fue aceptado y bienvenido por la Ternera quien lo sintió confiable, íntimo y criterioso a la hora de desempeñar su rol, a diferencia de Lucía, la anterior monitora, cuya onda nunca llegamos a pegar del todo y que en ese mes de Septiembre renunció, quedando en su lugar el recién contratado Mago, que por fortuna fue a parar al Recoveco durante la noche del viernes. Elogió con efusividad la musicalidad de la murga, dijo que era impresionante, que cantamos muy bien (esa noche sí eramos un trueno), que le gustó mucho el libreto e hizo un apartado especial para mi performance como cupletero en dos de los enganches entre cuplés. Finalmente me gané mi espacio para decir pavadas en el espectáculo y lo defendía con lo mejor que de mí podía salir, se ve que en este caso, los que miraban, se sentían entretenidos y eso era mucho para mí.
Honestamente y por otro lado, uno más oscuro y complejo, yo venía haciendo un malabar distinto cada noche para pernoctar, ya que si bien mi hermana y mi cuñado se mostraron totalmente hospitalarios conmigo, prefería no recurrir todas las noches al recurso que con tanto amor ellos me ofrecían, de modo que una noche la pasé con Andy, otras en lo de mi primo y sí, una en casa de V. Esa noche dejé que los acontecimientos se me anticiparan y debí atravesar algunas vicisitudes para lograr ver el sol sano y salvo.
Pensando siempre que, ya que al día siguiente asistiríamos con mi primo al Encuentro de Referentes de Murga Joven al mediodía, pasaría la noche en casa de él, así que no le puse aviso a mi hermana de que iba a ir. Cuando la murga dejó de cantar, salió como siempre a la vereda de Garibaldi, pero mi primo, que estaba con su mujer hizo un apresurado ademán y detuvo un taxi. Me dio un beso y se fue para la fiesta de la madre del Cabeza, por supuesto no tuve nada que objetar ya que previamente no quedamos en nada. El grueso del grupo se esfumó con rapidez y 15 minutos más tarde, sentados en las rojas sillas de coca cola y bebiendo cervezas heladas, nos quedamos solamente Horacio, Juan, Marcelo, la Maga, Nico Almeida, Matías, Soledad y yo. Nicolás, Juan y Horacio jugában pool adentro mientras el resto bebía y fumaba y conversaba sueños, canciones entre los tórax desencajados o frescos en la pared de Jacinto Verá, frente a donde suenan nuestros ecos de cantares al amor al carnaval. Inicio y final de la murga, acordes despeinando crestas de silencio en la noche quieta del Piropo. El Matrero nos invitó una cerveza y montando a su bici se fue temprano del bar.
Tuvimos extensas conversaciones filosóficas sobre la murga, el futuro y el encuentro. Desde una perspectiva cauta comenzabamos a creer que era posible salir seleccionados por el jurado para la segunda instancia, en el teatro de verano, donde actuarían las 20 mejores de las 54 inscritas. En verano, cuando fuimos con V a ver la Gran Muñeca al teatro, paseando con ella por el pedregullo, me asaltó la certeza que iba a cantar en ese escenario con Se Mamó la Ternera. Ahora la realidad se había encaminado hacia ese destino, teníamos producido un guión interesante, con algo que decir y con ejercicio, aprovechamos al máximo el trabajo coral sostenido para presentarlo ante el públic de forma prolija y acaso conmovedora. Así que no era para nada un delirio imaginar que existía una alta chance de pasar al teatro, incluso hasta quedar entre los 4 primeros puestos.
Temprano, un poquito antes de la 1 de la mañana, Nicolás llamó un Uber y nos ofreció aventón a Marce y a mi. Yo bajé en Garibaldi y 8 de octubre, donde me separaban unas 11 cuadras de la casa de Carla, no había avisado que iba a ir, pero conociendo su rutina, como al otro día no abrían la tienda, estaba seguro que iban a trasnochar y acostarse más tarde que la 1:30 am, hora a la que habitualmente, se dormía mi sobrina y sus padres, fatigados también iban a la cama. Pero era Viernes y al otro día no trabajaban, así que asumí que estarían despiertos. Cuando llegué a la esquina del edificio, me detuve a ver si podía distinguir alguna luz en el apartamento, no vi ninguna, me aproximé a la puerta y toqué en el número 5. Esperé y esperé pero nadie salía. Evidentemente no estaban. Tal vez habían salido a dar una vuelta por el barrio, como hacían regularmente más temprano, así que me senté en la puerta del edificio a ver qué pasaba. Se hicieron las 2 y nadie llegó, no quise volver a tocar timbre por si en una de esas dormían desde temprano, lo cual no me resultaba demasiado probable. Comencé a asumir tras un sencillo proceso de deducción, que los padres de Juan no estaban en su casa y que ellos se habían quedado allá, en la casa de punta gorda, como cada tanto hacían. Esa puerta estaba cerrada, Andy estaba con su novia o algo así, mi primo y el Cabeza en otro fiesta y V... Bueno, antes de todo esto, por la tarde del día anterior le propuse salir juntos el viernes y ella, oh extraña casualidad del destino, se negó aduciendo que iba a asistir a un cumpleaños. Así que V no estaba tampoco. Y eso era todo, estaba Sin un Peso en Montevideo.
Mi primer instinto fue el de caminar así que eso hice. Emprendí por 18 de julio de fin de mes, absorto, ensimismado en una turbia lejanía de la realidad, ausente con murgas en el walkman, no triste y no enojado, sino con una fría resignación, sobre todo fría, la temperatura en aquel momento se lanzó en picada exponencial y comencé en ese instante a padecerla. Di un par de vueltas sin sentido, me hallaba fatigado, había dejado todo en el ensayo, al que concurrieron de nuevo, múltiples amistades y necesitaba agarrar confianza con mi personaje así que me lancé al público sin reservas y ahora, en la noche cada vez más fría de la primavera recién llegada, lo estaba pagando con una lamentable falta de energía, no había cenado y aparte la ingesta de alcohol en el Piropo, no colaboraba a que me sintiese mejor. 3
Agarré Tristán Narvaja y fui hasta las puertas de la Conjura, frente a la tienda de mi hermana, a ver que había. Varios jovenes disfrutaban de una banda de música brasilera. Muchas veces encontré conocidos ahí, pero no esa noche, esa noche no hubo nadie para mí. Me senté, haciéndome el distraído, en la puerta del boliche, simplemente a escuchar la banda sonar, lo hacía bien, la gente adentro parecía estar pasando un buen momento, me fumé un tabaco, quedaban pocas hojillas y muchas horas por delante, serían 2:30 y la reunión con mi primo en su casa para asistir al encuentro estaba pactada a las 11:30. Se me vino a la cabeza la idea que en el bar de la otra esquina, La tortuguita, mi teléfono recordaría la clave del Wifi y podría ver si existía alguna novedad o alguna posibilidad de cambiar aquella suerte, que en ese momento se veía fría, larga y agotadora. Crucé hasta el bar, me senté en la parada del ómnibus que esta ubicada sobre la última ventana del lado más lejano a la esquina, en efecto el wifi conectó de inmediato. Nadie... nadie en 10 minutos, nadie en 15. Le escribí a V, a conciencia de que estaba traicionando mi propia determinación de no hacerlo bajo ningún concepto: "Hola. De casualidad estas? Hoy sería una de esas noches en las que sería genial que se te ocurriese verme a cualquier hora. Te aviso porque estoy y porque soy un gil que no sabe callarse la boca". Esto último iba más dirigido a mí mismo que a ella, pero nunca respondió. Esperé unos 10 minutos más que lo hiciese, pero fue en vano. En ese momento formulé la idea de ponerme a resguardo en la terminal de ómnibus de Tres Cruces donde había centenares de bancos bajo techo y aire acondicionado, baños y con suerte Internet.
Me fui de Tristán, pero antes decidí ir hasta el Mingus, donde también conozco a algunos habituales, tal vez alguna conocida con la que matar los devaluados minutos de la eterna madrugada. Se me hizo brutalmente breve el viaje a pie hasta Jackson y San Salvador, pero el Mingus estaba sórdido y vacío, no había nadie y comenzaba a hacer bastante frío y eso que tenía un buzo de lana fino, un grueso canguro de algodón, la campera impermeable, el pañuelo azul que me regaló V y hasta la capucha, pero comenzaba el aire frío a agarrarme la mano y a descubrir los puntos débiles por donde colarse hasta mi piel. Una vez que encontré en las calles distantes y ajenas, la certeza de que nada iba a pasar, me encaminé con prontitud hacia Tres Cruces, donde llegué aproximadamente a las 3:15. Tenía razón, adentro estaba muy agradable la temperatura. Tomé asiento y descansé las piernas, se sintió muy bien, sobre todo al momento que tomé conciencia de cuan cansado me sentía. Una vez sentado, busqué señal de wifi, no encontré, me paré y caminé un poco con el celular en la mano hasta que sí, una señal abierta pero no pública, era de otro celular, la red se llamaba María. Entré... la nada más pura seguía aguardándome del otro lado de la fibra óptica, así que sencillamente me senté a esperar. En un momento, pude pegar un ojo durante unos 15 o tal vez 20 minutos, tras los cuales me desperté sobresaltado, ya que un guardia de seguridad de la terminal, despertaba a un joven de aspecto pobre y sucio, echándolo del lugar a la voz de acá no vengas a jugar, me venís a dormir todas las noches. Me sentí horriblemente mal, por lo menos yo estaba bañado, perfumado y con ropa limpia. Pasaba totalmente desapercibido como uno más en espera de su ómnibus. Sin embargo la inquietud se hizo tan intensa que me paré y salí de nuevo a la noche. Serían las 4:25. Puse rumbo 18 de Julio de nuevo y no pude evitar mientras caminaba, que sentía todo el mundo como ajeno a mi, irremediablemente por fuera de toda interacción. De haber sido otra la circunstancia, estoy seguro que me hubiese animado a encontrar algún tipo de plan para apalear la larguísima espera, pero de veras me hallaba lejano de mí, veía la noche como desde adentro de una lóbrega galería, allá al fondo, como una película de otro tiempo, con otros actores y otros eventos, que esa noche me dejó totalmente por fuera de su trama.
Por momentos quería enojarme y maldecir mi suerte, pero no hallé en mí la voluntad o el verdadero motivo para aquella reacción en ese momento, de modo que lo que primaba en mi estado anímico era unicamente el aburrimiento, el cansansio y el dolor en los pies que cada vez crecía más. Llegué a la plaza de los bomberos con la idea de, cuándo no, captar señal de internet y no sé, tal vez escuchar un poco del audio libro El Arte de Ensoñar, cuya escucha llevaba ya por la mitad. La señal de la plaza era intermitente, de modo que tras unos 25 minutos de audiolibro entrecortado, me harté y volví a caminar.
La idea de abrazar a V en aquel momento se me tornó una fulminante aprensión, la extrañaba de veras. Sin embargo no iba a interferir en modo alguno con sus cosas. Salí de vuelta a caminar y en el trayecto comencé a dudar si dada la hora, casi las 5:30, ella hubiese leído mi mensaje y en una de esas aplastantes coincidencias del universo, (como había hecho en más de una oportunidad anteriormente) encontrara en mi messenger, una respuesta de su parte, pero no encontraba señal por ninguna parte. Así que decidí ir hasta Trueba pues sabía que desde la vereda de su casa, agarraría wifi. No tenía nada que perder, salvo por el temor que empezó a fundarse a medida que me acercaba, temor de verla con otro... de ver sus figuras en el living a traves de la ventana, temor de que cuando yo llegase, la viese bajar de un taxi acompañada o peor aún, manejada en el vehículo particular de un hombre. De modo que cuando iba bajando por Trueba, tal vez a la altura de Canelones, decidí simplemente pasar por la puerta y chequear el messenger y luego, tan rápido como pudiese, volverme a la terminal de tres cruces.
"Vomitar mis versos en la puerta de tu casa" decía aquella bajada de la Trasnochada, sin embargo, el vómito de mis versos, era aspirado por mi temor, mi aburrimiento y mi cansancio. Llegué a la puerta, conecté a su Wifi y nada... nada más nada que la ausencia total de cosas, ni siquiera me había clavado el visto. Salía el sol, yo escuchaba a la Gran Muñeca del 13. Volví sobre mis pasos y al enfrentarme de nuevo al camino que realicé para llegar, mi estomago casi colapsa cuando veo aproximarse un taxi ocupado que venía con las balizas prendidas en señal de detenerse. Afortunadamente lo hizo más de media cuadra después de la puerta de su casa, así que en ese instante sí, apresuré mi paso lo más que mis adoloridos pies me lo permitieron y salí de ahí con la velocidad de mi propia angustia.
Me hallé totalmente confundido, con muchas ganas de verla, pero a la vez, distante, en ese instante la amaba, pero no la quería, podía darme cuenta de cuán comprometido me sentía con ella, necesitaba recalibrar hacia abajo y con urgencia, todas mis expectativas con respecto a la no-relación. Necesitaba deslindarme emocionalmente de ella, ya que notaba cuanta influencia poseía sobre mi estado de animo, por primera vez en la noche me sentí abatido y desesperanzado. Hacía tanto frío que temblaba persistentemente, no había abrigo que portase que lograra repeler el húmedo frío del amanecer. Me castañeteaban los dientes sin control.
Volví a Tres Cruces, caminando muy despacio a causa del dolor de mis pies, con la idea de intentar pegar los ojos un ratito al menos, me separaban de ese destino, tal vez unas 25 o 30 cuadras o más. Cuando llegué de nuevo a la terminal serían las 7:40. Con mucho esfuerzo pude dormir, pero nuevamente mi tiempo de descanso apenas sobrepasó los 45 minutos. Cuando me desperté me sentía abatido y brutalmente adolorido. De modo que me paré y dí una vuelta por el shopping para distraerme un poco, la vida del recinto había empezado a fluir con mayor intensidad. Al cabo de un rato, volví a donde estaban los asientos y me ubiqué en uno, venía dándome cuenta que no era el único que pasaba la noche ahí, una persona de edad mediana capaz 40 y poco, dormía a pata suelta, podían distinguirse por su ropa, habían también varios viejos que estaban en la misma. Era triste. Me puse a escribir en el celular parte del capitulo anterior y la hora se me voló, cuando me percaté eran ya las 9:00, así que con mucha lentitud, salí de aquel recinto rumbo a la parada del bus para ir a lo de mi primo, llegaría tal vez un poco antes de lo previsto, pero la circunstancia francamente lo justificaba. El sol en ascenso se mostraba agradable, aunque un poco el frío persistiese, aquello se perfilaba como un bello día de Primavera, todavía restaba a la 1 de la tarde, el Encuentro de Referentes de Murga Joven en el Parque Rivera, donde iríamos con mi primo y donde conocería y pegaría buena onda, con Martín Souza, director de la Trasnochada, monitor de Murga Joven y además mi poeta favorito del Carnaval Mayor. Mucha actividad para la poca energía que conservaba, sin embargo todo salió bien y atravesé las vicisitudes con estoica dignidad y llegué a la noche siguiente sano y salvo, pero brutalmente cansado.
Tuvimos extensas conversaciones filosóficas sobre la murga, el futuro y el encuentro. Desde una perspectiva cauta comenzabamos a creer que era posible salir seleccionados por el jurado para la segunda instancia, en el teatro de verano, donde actuarían las 20 mejores de las 54 inscritas. En verano, cuando fuimos con V a ver la Gran Muñeca al teatro, paseando con ella por el pedregullo, me asaltó la certeza que iba a cantar en ese escenario con Se Mamó la Ternera. Ahora la realidad se había encaminado hacia ese destino, teníamos producido un guión interesante, con algo que decir y con ejercicio, aprovechamos al máximo el trabajo coral sostenido para presentarlo ante el públic de forma prolija y acaso conmovedora. Así que no era para nada un delirio imaginar que existía una alta chance de pasar al teatro, incluso hasta quedar entre los 4 primeros puestos.
Temprano, un poquito antes de la 1 de la mañana, Nicolás llamó un Uber y nos ofreció aventón a Marce y a mi. Yo bajé en Garibaldi y 8 de octubre, donde me separaban unas 11 cuadras de la casa de Carla, no había avisado que iba a ir, pero conociendo su rutina, como al otro día no abrían la tienda, estaba seguro que iban a trasnochar y acostarse más tarde que la 1:30 am, hora a la que habitualmente, se dormía mi sobrina y sus padres, fatigados también iban a la cama. Pero era Viernes y al otro día no trabajaban, así que asumí que estarían despiertos. Cuando llegué a la esquina del edificio, me detuve a ver si podía distinguir alguna luz en el apartamento, no vi ninguna, me aproximé a la puerta y toqué en el número 5. Esperé y esperé pero nadie salía. Evidentemente no estaban. Tal vez habían salido a dar una vuelta por el barrio, como hacían regularmente más temprano, así que me senté en la puerta del edificio a ver qué pasaba. Se hicieron las 2 y nadie llegó, no quise volver a tocar timbre por si en una de esas dormían desde temprano, lo cual no me resultaba demasiado probable. Comencé a asumir tras un sencillo proceso de deducción, que los padres de Juan no estaban en su casa y que ellos se habían quedado allá, en la casa de punta gorda, como cada tanto hacían. Esa puerta estaba cerrada, Andy estaba con su novia o algo así, mi primo y el Cabeza en otro fiesta y V... Bueno, antes de todo esto, por la tarde del día anterior le propuse salir juntos el viernes y ella, oh extraña casualidad del destino, se negó aduciendo que iba a asistir a un cumpleaños. Así que V no estaba tampoco. Y eso era todo, estaba Sin un Peso en Montevideo.
Mi primer instinto fue el de caminar así que eso hice. Emprendí por 18 de julio de fin de mes, absorto, ensimismado en una turbia lejanía de la realidad, ausente con murgas en el walkman, no triste y no enojado, sino con una fría resignación, sobre todo fría, la temperatura en aquel momento se lanzó en picada exponencial y comencé en ese instante a padecerla. Di un par de vueltas sin sentido, me hallaba fatigado, había dejado todo en el ensayo, al que concurrieron de nuevo, múltiples amistades y necesitaba agarrar confianza con mi personaje así que me lancé al público sin reservas y ahora, en la noche cada vez más fría de la primavera recién llegada, lo estaba pagando con una lamentable falta de energía, no había cenado y aparte la ingesta de alcohol en el Piropo, no colaboraba a que me sintiese mejor. 3
Agarré Tristán Narvaja y fui hasta las puertas de la Conjura, frente a la tienda de mi hermana, a ver que había. Varios jovenes disfrutaban de una banda de música brasilera. Muchas veces encontré conocidos ahí, pero no esa noche, esa noche no hubo nadie para mí. Me senté, haciéndome el distraído, en la puerta del boliche, simplemente a escuchar la banda sonar, lo hacía bien, la gente adentro parecía estar pasando un buen momento, me fumé un tabaco, quedaban pocas hojillas y muchas horas por delante, serían 2:30 y la reunión con mi primo en su casa para asistir al encuentro estaba pactada a las 11:30. Se me vino a la cabeza la idea que en el bar de la otra esquina, La tortuguita, mi teléfono recordaría la clave del Wifi y podría ver si existía alguna novedad o alguna posibilidad de cambiar aquella suerte, que en ese momento se veía fría, larga y agotadora. Crucé hasta el bar, me senté en la parada del ómnibus que esta ubicada sobre la última ventana del lado más lejano a la esquina, en efecto el wifi conectó de inmediato. Nadie... nadie en 10 minutos, nadie en 15. Le escribí a V, a conciencia de que estaba traicionando mi propia determinación de no hacerlo bajo ningún concepto: "Hola. De casualidad estas? Hoy sería una de esas noches en las que sería genial que se te ocurriese verme a cualquier hora. Te aviso porque estoy y porque soy un gil que no sabe callarse la boca". Esto último iba más dirigido a mí mismo que a ella, pero nunca respondió. Esperé unos 10 minutos más que lo hiciese, pero fue en vano. En ese momento formulé la idea de ponerme a resguardo en la terminal de ómnibus de Tres Cruces donde había centenares de bancos bajo techo y aire acondicionado, baños y con suerte Internet.
Me fui de Tristán, pero antes decidí ir hasta el Mingus, donde también conozco a algunos habituales, tal vez alguna conocida con la que matar los devaluados minutos de la eterna madrugada. Se me hizo brutalmente breve el viaje a pie hasta Jackson y San Salvador, pero el Mingus estaba sórdido y vacío, no había nadie y comenzaba a hacer bastante frío y eso que tenía un buzo de lana fino, un grueso canguro de algodón, la campera impermeable, el pañuelo azul que me regaló V y hasta la capucha, pero comenzaba el aire frío a agarrarme la mano y a descubrir los puntos débiles por donde colarse hasta mi piel. Una vez que encontré en las calles distantes y ajenas, la certeza de que nada iba a pasar, me encaminé con prontitud hacia Tres Cruces, donde llegué aproximadamente a las 3:15. Tenía razón, adentro estaba muy agradable la temperatura. Tomé asiento y descansé las piernas, se sintió muy bien, sobre todo al momento que tomé conciencia de cuan cansado me sentía. Una vez sentado, busqué señal de wifi, no encontré, me paré y caminé un poco con el celular en la mano hasta que sí, una señal abierta pero no pública, era de otro celular, la red se llamaba María. Entré... la nada más pura seguía aguardándome del otro lado de la fibra óptica, así que sencillamente me senté a esperar. En un momento, pude pegar un ojo durante unos 15 o tal vez 20 minutos, tras los cuales me desperté sobresaltado, ya que un guardia de seguridad de la terminal, despertaba a un joven de aspecto pobre y sucio, echándolo del lugar a la voz de acá no vengas a jugar, me venís a dormir todas las noches. Me sentí horriblemente mal, por lo menos yo estaba bañado, perfumado y con ropa limpia. Pasaba totalmente desapercibido como uno más en espera de su ómnibus. Sin embargo la inquietud se hizo tan intensa que me paré y salí de nuevo a la noche. Serían las 4:25. Puse rumbo 18 de Julio de nuevo y no pude evitar mientras caminaba, que sentía todo el mundo como ajeno a mi, irremediablemente por fuera de toda interacción. De haber sido otra la circunstancia, estoy seguro que me hubiese animado a encontrar algún tipo de plan para apalear la larguísima espera, pero de veras me hallaba lejano de mí, veía la noche como desde adentro de una lóbrega galería, allá al fondo, como una película de otro tiempo, con otros actores y otros eventos, que esa noche me dejó totalmente por fuera de su trama.
Por momentos quería enojarme y maldecir mi suerte, pero no hallé en mí la voluntad o el verdadero motivo para aquella reacción en ese momento, de modo que lo que primaba en mi estado anímico era unicamente el aburrimiento, el cansansio y el dolor en los pies que cada vez crecía más. Llegué a la plaza de los bomberos con la idea de, cuándo no, captar señal de internet y no sé, tal vez escuchar un poco del audio libro El Arte de Ensoñar, cuya escucha llevaba ya por la mitad. La señal de la plaza era intermitente, de modo que tras unos 25 minutos de audiolibro entrecortado, me harté y volví a caminar.
La idea de abrazar a V en aquel momento se me tornó una fulminante aprensión, la extrañaba de veras. Sin embargo no iba a interferir en modo alguno con sus cosas. Salí de vuelta a caminar y en el trayecto comencé a dudar si dada la hora, casi las 5:30, ella hubiese leído mi mensaje y en una de esas aplastantes coincidencias del universo, (como había hecho en más de una oportunidad anteriormente) encontrara en mi messenger, una respuesta de su parte, pero no encontraba señal por ninguna parte. Así que decidí ir hasta Trueba pues sabía que desde la vereda de su casa, agarraría wifi. No tenía nada que perder, salvo por el temor que empezó a fundarse a medida que me acercaba, temor de verla con otro... de ver sus figuras en el living a traves de la ventana, temor de que cuando yo llegase, la viese bajar de un taxi acompañada o peor aún, manejada en el vehículo particular de un hombre. De modo que cuando iba bajando por Trueba, tal vez a la altura de Canelones, decidí simplemente pasar por la puerta y chequear el messenger y luego, tan rápido como pudiese, volverme a la terminal de tres cruces.
"Vomitar mis versos en la puerta de tu casa" decía aquella bajada de la Trasnochada, sin embargo, el vómito de mis versos, era aspirado por mi temor, mi aburrimiento y mi cansancio. Llegué a la puerta, conecté a su Wifi y nada... nada más nada que la ausencia total de cosas, ni siquiera me había clavado el visto. Salía el sol, yo escuchaba a la Gran Muñeca del 13. Volví sobre mis pasos y al enfrentarme de nuevo al camino que realicé para llegar, mi estomago casi colapsa cuando veo aproximarse un taxi ocupado que venía con las balizas prendidas en señal de detenerse. Afortunadamente lo hizo más de media cuadra después de la puerta de su casa, así que en ese instante sí, apresuré mi paso lo más que mis adoloridos pies me lo permitieron y salí de ahí con la velocidad de mi propia angustia.
Me hallé totalmente confundido, con muchas ganas de verla, pero a la vez, distante, en ese instante la amaba, pero no la quería, podía darme cuenta de cuán comprometido me sentía con ella, necesitaba recalibrar hacia abajo y con urgencia, todas mis expectativas con respecto a la no-relación. Necesitaba deslindarme emocionalmente de ella, ya que notaba cuanta influencia poseía sobre mi estado de animo, por primera vez en la noche me sentí abatido y desesperanzado. Hacía tanto frío que temblaba persistentemente, no había abrigo que portase que lograra repeler el húmedo frío del amanecer. Me castañeteaban los dientes sin control.
Volví a Tres Cruces, caminando muy despacio a causa del dolor de mis pies, con la idea de intentar pegar los ojos un ratito al menos, me separaban de ese destino, tal vez unas 25 o 30 cuadras o más. Cuando llegué de nuevo a la terminal serían las 7:40. Con mucho esfuerzo pude dormir, pero nuevamente mi tiempo de descanso apenas sobrepasó los 45 minutos. Cuando me desperté me sentía abatido y brutalmente adolorido. De modo que me paré y dí una vuelta por el shopping para distraerme un poco, la vida del recinto había empezado a fluir con mayor intensidad. Al cabo de un rato, volví a donde estaban los asientos y me ubiqué en uno, venía dándome cuenta que no era el único que pasaba la noche ahí, una persona de edad mediana capaz 40 y poco, dormía a pata suelta, podían distinguirse por su ropa, habían también varios viejos que estaban en la misma. Era triste. Me puse a escribir en el celular parte del capitulo anterior y la hora se me voló, cuando me percaté eran ya las 9:00, así que con mucha lentitud, salí de aquel recinto rumbo a la parada del bus para ir a lo de mi primo, llegaría tal vez un poco antes de lo previsto, pero la circunstancia francamente lo justificaba. El sol en ascenso se mostraba agradable, aunque un poco el frío persistiese, aquello se perfilaba como un bello día de Primavera, todavía restaba a la 1 de la tarde, el Encuentro de Referentes de Murga Joven en el Parque Rivera, donde iríamos con mi primo y donde conocería y pegaría buena onda, con Martín Souza, director de la Trasnochada, monitor de Murga Joven y además mi poeta favorito del Carnaval Mayor. Mucha actividad para la poca energía que conservaba, sin embargo todo salió bien y atravesé las vicisitudes con estoica dignidad y llegué a la noche siguiente sano y salvo, pero brutalmente cansado.
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