viernes, noviembre 04, 2016

LXVI

    Tuve que desistir a mi plan de salir por la ventana a tomar el acolchado que colgaba en una de las cuerdas para la ropa. La noche era fría para ser principio de noviembre y había sido el día de los muertos. 
    Me quedé a dormir en casa de mi amigo el Pela quien en un gesto de desinteresada nobleza me ofreció el cuarto del fondo, que estaba separado de la casa algunos metros. Pulcramente cuidado, ese espacio era usado por mi amigo para secar sus abundantes cosechas de marihuana y pasar Reiki.
   El cuarto tenía una energía especial que resultaba muy agradable, pero hacía frío y a los 2 segundos de entrar, dejando tras de mi las distintas puertas trancadas, me percaté que había olvidado dentro de la casa, la manta que iba utilizar para lo que se utilizan la gran mayoría de las mantas.      El perro del Pela era un ladilla y si yo abría la puerta, el perro intentaría entrar a la habitación a toda costa y la secuencia ocasionaría un ruido que no era apropiado para esa hora de la madrugada. 
   Pensé escapar por la ventana y llegar al acolchado que podía ver tendido a 6 metros de mis manos, pero apenas me arrimé a la ventana abierta, el perro se aproximó muy sorprendido al ver que la aquel también era un medio de acceso al cuarto e inmediatamente trató de buscar la forma de saltar hacia adentro, se lo impedí de la forma más silenciosa que encontré y tuve que cerrar la ventana y pasar la cortina para evitar la mirada ávida y temeraria del Ernesto, que en dos patas sobre la silla bajo la ventana, se veía capaz de saltar hacia el vidrio y atravesarlo.
     Al otro día, jueves, iba a probarme unas horas en un sitio de comidas ubicado en Tristan y Mercedes. Cocina rápida y saludable, nada de fritos y muchos vegetales. Esa misma mañana había ido a tener una conversación con uno de los dueños, el chef Guillermo. A las 11:00 de la mañana siguiente tenía que presentarme con pantalones y remera negra probablemente según yo pensaba, para hacer bacha.
  De modo que tenía frío y tras una infructuosa búsqueda en la habitación lo mejor que encontré fue una fina frazada de lana que por lo menos era algo, sin embargo el tiempo por esos días fue anormal para la época del año, muchísimo viento y grandes lluvias se asociaron con aires fríos impropios de noviembre y esa noche, según declaraba la radio, la sensación térmica era de 9 grados. Una vez que me acosté y puse sobre mí la frazadita fina, me sentí muy bien y aproveché para poder escribir esto mismo, que usted lee y en pocos minutos me sentí mmucho más templado y solo entonces pude dormir. 
    Me presenté en el Quo Pide House con 15 minutos de antelación con respecto a la hora pactada. El Pela me prestó un pantalón negro que junto a una camiseta del mismo color conformaban el uniforme. 
   Desde un primer momento, el chef Guillermo hizo un voto de confianza en mí, delegando tareas que claramente excedían lo pertinente para un operario nuevo, sin formación culinaria y en su primer día en el rubro.
 Limpiar y cortar en tiritas el morrón asado, fraccionar garbanzos en bolsas de 1070 gramos para la elaboración de sus célebres hamburguesas de garbanzo, lavar y secar lechuga, hacer licuados de frutilla, exprimido de naranja, armar las focaccias, cortar en cubos berenjenas y calabacines, pesar harina integral , manteca, azúcar y canela para el delicioso crumble de manzana y luego armar la base de la masa. Además, por supuesto, lavar una cantidad importante de vajilla y vasos más alguna tarea de limpieza ligera.
   Las horas se iban de manera veloz en medio de la concentración inusitada que requería el trabajo, la hora del almuerzo era una locura, los tres empleados, el chef y su socio el cajero, sudabamos a mares y corríamos atendiendo las comandas superpuestas que no paraban de salir. En todo momento me mantuve jugando al límite de mis capacidades, dejando todo en cada pelota. Me sentó bien darme cuenta que poseía y podía convocar una capacidad de concentración muy particular y efectiva que me hacía sentir impecable, en el sentido que a esa palabra le da el linaje de don Juan Matus y que está asombrosa capacidad se permanecía adormecida y sin uso dentro de mi ser y despertarla, más aún en aquellas circunstancias, fue algo memorable. 
    Una importante ventaja que ofrecía el Quo Pide House, era la ausencia de freidora, todo se realizaba al horno o en su defecto en los potentes quemadores de la bella cocina industrial, de este modo los aromas de la cocina eran muy agradables y agradecía poder zafarle al denso aroma de la gritaba.Todo a la voz de "voy atrás", "voy arriba", "voy caliente" y así. En realidad era fascinante y más allá de la concentración, me sentía muy a gusto, cómodo y confiado, con una eficiencia y rapidez que me valió el expreso agradecimiento de ambos jefes. 
   Ese viernes al salir del trabajo, en medio del día de embriagadora primavera, me fui por 18 de Julio, compré cigarrillos, una coca chica y me senté brevemente a contribuir con la escritura de estos textos en la plaza de los 33. Y seguí escribiendo en la plaza Matriz, más tarde ese mismo día. Cuando evocaba esa sensación de suma concentración y eficiencia miré el cielo celeste pálido tan distinto del otro cielo, salvaje y gris volador rapaz. Entonces las palomas volaron de izquierda a derecha y sonreí hondamente y una sensación de plenitud se apoderó de todos mis sentidos. Escuchaba la retirada del 15 de la Trasnochada. El follaje de los viejos árboles era recién nacido en la plenitud de su primavera y se ofrecía ante mi vista, verde sueño, verde sangre renacida y esa pequeña brisa que te la lleve algún día y donde quedara y donde vivirá mi pobre canción. Dieron entonces las 7 de la tarde en el cenit de mi canto ferviente y renovado a la vida. 

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