La recepción de nuestros amigos fue insuperable. Sinceramente felices por tan esperado reencuentro, almorzamos pizzas con los amigos y el Dr. Rivera quien con gran amabilidad puso un moderno automóvil a nuestra disposición. Al caer la tarde nos abocamos al consumo irrestricto de piscola risas y cigarrillos hasta casi la media noche, cuando nos fuimos caminando al bello y muy confortable apartamento que con tanta dedicación acondicionaron para nuestra estadía. Sobra decir que traíamos muy pocas horas de sueño y que acostarme y dormirme fueron dos cosas que sucedieron en un mismo tiempo. Mi felicidad a la mañana siguiente se hallaba integra y habiendo dejado atrás las huellas frescas del pánico en el avión, nos dispusimos a desayunar, hacer las compras de alimentos y después a conocer Bella Vista, Plaza Brasil y el conmovedor Museo del Estallido Social. La noche llegó tarde, cuando pasadas las 21 el sol comenzó a desaparecer tras las altas montañas que rodean la ciudad. Fue ahí que, retomando el asunto de la piscola, nos pusimos a tocar canciones de nuestro amplio repertorio y entonces la felicidad se multiplicó en los acordes y la melodía de Noches sin Calma. El tiempo comenzó a acelerarse casi tanto como lo hizo el avión allá en Carrasco. Los paseos por Yungay, los gatos del apartamento, el café, la piña, ir a la feria y las sucesivas piscolas de la noche parecieron tener lugar de manera casi simultánea. Hace calor y el aire es bastante seco.
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