Arrecia ya ese frío punzante tan característico del Montevideo periférico. Como nacido dentro del Fuerte de San Felipe, debo admitir que para mí, todo lo que esté por fuera del Ejido es necesariamente campaña. Así que en esta campaña remota, me doy el torpe lujo de perder el ómnibus y esperar que pase el siguiente, escribiéndo estas líneas reconcentradas en el aire helado del penúltimo atardecer de Mayo. Pienso en el Origen de la escritura. Me acuerdo de un volumen polvoriento de Las Flores del Mal. Se mastican chicles de arcoiris en el cielo próximo de escarcha. Pasa el bus y viene con un tufo pujante de colonias frutales, al rato se cruza dominando la nariz, una incrustación olfativa como de guiso de lentejas de hace 2 días, pero no calientito y vaporoso, sino guardado en la heladera junto a jarras de vidrio sucias con agua de la canilla dentro. El olor sigue viajando con nosotros habiendo pasado ya unas 8 o 12 cuadras. Ahora una jovencita alta y rechoncha de cabello muy rizado, sube con una bolsa de nylon en la mano, en ella (en la bolsa) se hallan los restos de una hamburguesa de carrito, claramente con demasiada mayonesa... Y tal vez hongos. La luz grisácea del avanzado atardecer se torna igual a la de un sueño que tuve hace poco, en seguida creo revivir la exacta sensación que me sofocaba de melancolía en aquel largo tránsito onírico, pero afortunadamente se sube una parejita joven que recién ha salido junta de la ducha, y el perfume de manzana verde y coco del shampoo y la crema de enjuague Plusvalía, se apodera del ámbito del ómnibus... aunque no mucho después, entre las grietas mínimas del aire, se cuela la presencia un poco rancia de algunas camperas y bufandas que al terminar el invierno pasado fueron guardadas sin lavar, en infames roperos o en polvorientos cajones sin más ventilación que la respiración microscópica del moho. El viaje se fue bastante ligero. Vamos a grabar canciones. Ahora hace hasta más frío, pero menos del que va a hacer al volver.
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