Se hizo esperar demasiado esta lluvia que ahora sintoniza una susurrante serenata sobre las ramas y la noche. En quince van a ser las tres, el domingo ha colapsado bajo la sombra de su misterio. El día estuvo pintado todo de gris con el frío anudandolo todo pero hasta ahora, libre de lluvias. Mi corazón quiere que caiga ensordecedora y durante la madrugada entera, sin embargo es solo un chispear, una vaguedad del invierno profundo, un aviso lánguido de otras lluvias que hoy parecen jamás haber sido. Poco antes de dar las 5, en la esquina de Uruguay y Florida ayudé a cruzar a una joven mujer no vidente de negro cabello recogiten una alta cola de caballo, delgada, heroica, de delicados labios y segurísimas manos blancas, era tan bella, tan pálida, tan carente de miedo y sobrante en determinación que a su lado me sentí minúsculo y solamente agradecido por poder apreciarla desde tan cerca... Durante los 12 segundos que me tomó del brazo puedo decir que me hizo feliz, ya que su mero contácto y el hecho de confiarme su seguridad vial me produjeron una sensación hermosa de bienestar que, tras dejarla, se me atascó en el alma la espina de su ausencia, quedé junto al acantilado de su pérdida para siempre en mi vida, calcando en el horizonte una repetida sombra de renuncias. Ahora las mismas pocas gotas cantan su letanía secreta cuándo van a dar las 3. Me imagino que habrá llegado bien.
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