Anoche una tristeza reclamó mi dormitorio y apenas dio la medianoche, su abrazo se volvió una serpentina para mis secos lagrimales de pescado. La certeza de que cualquier retorno es imposible, de que el único camino es hacia adelante y hacia afuera se volvió un arsénico dulce y remoto desde cuyo insomnio sentí frío. Entonces se consumió la última brasa de mi estufa y pude sentir vivamente las garras de cuervo de la inmensidad arrancando de mi pecho esperanzas recién nacidas, pude leer en mi obituario la dramática firma de esta ordinariez absurda, una insignificante huella dactilar destinada al eventual olvido de las eras por venir. Esta tarde palidecieron los balcones al influjo de una llovizna plateada y sucia que espantó súbitamente a las palomas del cordón de la vereda. Aquel sol débil pero brillante que tuvo el mediodía vuelve a esconderse ahora en un misterioso anuncio de tormenta y de frío.
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