Dormía. Me da un despertar repentino y me siento en la cama con el torso erguido y las piernas rectas, las manos con sudor se entreaferran a la sábana que me parece oscura. Respiro agitadamente. Hay un zumbido alrededor, soy yo mismo, pero sigo mitad diluido en el aire ceniciento, como volviendo con gran velocidad y dificultad a la realidad silenciosa del cuarto, donde estoy solo, donde pienso en pararme e ir a tomar agua. Mi garganta está reseca y mi corazón acelerado. Fue solo un mal sueño, no hay necesidad de salir de la cama para ir a tomar agua, o sí, puede que haya una apremiante necesidad, pero estoy de nuevo con la espalda contra la cama, solté ya la sábana. Una fuerza como de toneladas me cierra los ojos y todo pensamiento formulado enmudece. Vuelvo al mundo algo gelatinoso de los sueños. Nado entre sombras, me siento gemir por una angustia que soy incapaz de determinar o definir. Pasan algunas horas, muy pocas, y vuelvo a despertar como si fuese una repetición calcada de la última vez. Todavía no amanece, no quiero ver la hora en el celular. Estoy de vuelta jadeando, sentado, el acolchado hecho casi un nudo, amenaza con volcarse de la cama. Me paso una mano por la frente, ambas partes están sudadas por igual, generando un resbalar húmedo. Arrojo, como si fuesen dos pesadísimas anclas, mis piernas por el estribor de mi lugar de descanso y toco con ambos pies descalzos, la fría certeza del piso de mi cuarto. Tambaleante me incorporo y con la vista adaptada a la oscuridad, manoteo el picaporte y girándolo, abro la puerta para salir. Voy a la cocina. Decididamente no enciendo ninguna luz en el proceso. Veo bastante bien todo lo que hay. Lleno con agua del purificador, una tasa blanca y limpia que estaba en el escurridor. Cuando la voy a tomar me veo víctima de una duda gigantesca, algo dentro mío me sugiere que en realidad sigo en la cama, que no me he levantado ni girado el picaporte, ni evitado prender luz alguna, ni he llenaro con agua del purificador una taza limpia. De hecho estoy sintiendo las sábanas entreaferradas en las manos, las piernas rectas y el torso erguido, distinguiendo, afemad y con toda claridad, el contorno y el peso del acolchado, que hecho casi un nudo, amenaza con volcarse de la cama. Suspiro aliviado al sentenciar que ha sido solo un sueño. Entonces oigo un ruido como estallido de vidrio fuera del cuarto, más allá de la puerta abierta que siempre cierro al dormir. Estoy en la cocina, mis pies deacalzos se están mojando y entre ellos, una taza blanca rota en pedazos. Me da miedo cortarme y entonces recuerdo que en verdad, estoy acostado en mi cama. Me aferro a las sábanas para constatar que, de hecho, me hallo sentado en mi cama, con la frente perlada de fría sudoración y el corazón golpeando en el pecho. Una certeza muy primitiva del cuerpo, me avisa que aún estando en la cama, estoy en la cocina y he dejado caer una taza al suelo. En un movimiento muy natural de una parte del cuerpo, que aún no podría determinar, cobro total consciencia de estar en ambos lados a un mismo e improbable tiempo, y por cuestión de unos 5 o 6 segundos, vivo con plena claridad el inesperado milagro de estar en los dos lados a la vez. Las visiones de ambos ambientes no se superponen ni se intercalan, sino que coexisten de una manera pacífica y yo ya no alterno la experiencia de estar la cama con la de estar mojándome los pies, a penas 7 metros más cerca de la puerta de calle. Estoy en los dos lados a la vez y punto, nada más fácil. En uno me agacho entre la penumbra a juntar los trozos más peligrosos de ceramica rota, y en el otro, siento curiosidad por ir hasta la cocina y verme. No tanto por incredulidad como por una muy primitiva inquietud narcisista de verme desde afuera. Me bajo de la cama, entonces, y me encamino muy despacio, pasillo afuera, mientras que, en la cocina, deposito los fragmentos sobre la mesada pensando en mañana deshacerme apropiadamente de ellos. Me siento venir, me escucho venir a paso lento, a la vez que también oigo desde el pasillo, los trozos de taza chocando con suavidad contra el mármol de la mesada. Mis pies estan mojados, a la vez que mis pies están secos, caminando en la penumbra del pasillo hacia la cocina. El encuentro es imnimente. Tres pasos, dos, uno. En mis dos posiciones, encaro la puerta de la cocina para recibirme pero esto no sucede, ya que en el instante exacto antes de encontrarme, todo el efecto se diluye y vuelvo a surcar sin rumbo, las gelatinosas fangosidades de una esfera onírica informe y caótica. Se me olvida por completo todo el episodio y se me olvida por completo todo el resto de las cosas que creo saber en estado de vigila. Estoy dormido, profundamente, sin soñar más que una vaga y lejana sensación de ser yo mismo. Pasa el tiempo así. Un bestial dolor me arranca de este primordial estado de existencia y vuelvo a despertar, esta vez sí, con el alba avanzando por entre las hendijas de la persiana. Dos calambres me hacen retorcer de dolor, ambas pantorrillas están todas tomadas por un desgarrador dolor de contracción. Instintivamente lucho por estirar, no sin proferir una serie de gruñidos provocados por horrenda sensación muscular. Aflojan. Quedo reventado y jadeando de nuevo en la cama y sin recordar nada de lo anteriormente ocurrido. Bajándome de la cama, me avecino a la puerta inusualmente abierta del cuarto para ir a la cocina y servirme un vaso con agua del purificador. La imagen de los trozos de taza colocados sobre la mesada y las huellas de pies hechas con agua en el suelo de la cocina, me hacen temblar las rodillas y recordarlo todo de un golpe.
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