Qué tema la pena, no? Acá en el CA1 a Tres Cruces, por ejemplo, es una materia omnisciente. Cómo, que exagero? Me quedo corto, señora. Ni siquiera si tuviese la volutad (atributo cuya falta, engrosa sustancialmente la ta abundante pena) de transcribir en este artículo, la charla que se desarrolla en el asiento trasero, o el gris supremo de helada llovizna que aprieta la ciudad, estrangulàndola; o la voz aguardentosa de la vieja teñida de rubio que manda audios de whatsapp con su boca brillante de saliva, pegada contra el vidrio del celular, convencida que es la pantalla y no el micrófono el que la graba, aarrastrando su pena hasta el desdichado interlocutor, al otro lado; o el nauseabundo olor que imperaba en el ómnibus cuando lo abordé, mezcla de las más desgraciadas esencias corporales, que entre vaqueros sucios y zapatos viejos, se ha decantado por el aire del pasillo, enclaustrado hasta que en un gesto de resistencia ante la pena, y con algo de timidez, abrí cuatro centímetros, la ventana más correspondiente a mis fosas nasales. Ni siquiera entrando en los más miserables detalles podría yo dar cuenta de la magnitud de la pena, que como un trapo de piso ennegrecido, seca las lágrimas de la ciudad calavera, de la ciudad amor muerto ente cenizas azules de amores minúsculos, que florecen brevemente y mueren yéndose, como todo. No hay manera de no morir de pena entonces, que no sea un tipo con una guitarra que se sube a tocar Carretera Perdida, aferràndose a sus versos y creer... Ver que uno tiene que creer.
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