Luces de dinamita como escaleras de piano electrico. Una deflagración de medallones de ojos de muñeca que inunda el cielo con el liquido amniotico de un nuevo amanecer de gallo de cobre. Lentamente se abreb los cortinados purpura de una nación de niños sin sombra, los vemos ahí, confabulados en su miseria para atarnos en los postrados rincones de malicia de nuestra propia desintegración. Algunos lo llaman crecimiento, otros involución, otros acentuación, otros guerra, otros batallas. Todos tenemos que oler el olor de almizcle y cedaba en los truenos que marcan la hora de detenernos sobre la cinta movil de la fabrica empaquetadora. Todos volvemos a la matríz inherte del cumulo de energías aglutinantes, desnudos en el ocaso de nuestra inmensa constelación de pesadumbres, recuerdos, afiches y cimientos. Vaciados por completo de esta noción tan familiar de ser nosotros mismos, escudados para siemrpe detras de una imagen de espejos de carne y hueso, de aromas y formas, de aire y de agua, de vacío, de llenos, de menguantes, de hojarasca en el viento de la alucinación colectiva. Polvareda en las botas del tiempo. Tan solo una sensacíon que puede y que estará mucho, pero mucho más vacía que ahora.
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