lunes, febrero 11, 2008

Hematofagia II


La luna otra vez, ésta vez por los frescos cálidos del ecuador de febrero, ésta vez en un pueblo lejano, donde también existen y se congregan en círculos ciegos, alrededor de un fuego apagado. Son las cuatro de la mañana, los rostros apestosos de sus eternidades, supurantes, pálidos y demacrados de hambre, emiten ultrasonidos que generan una grande alarma, una necesidad de violencia que engorde magramente su enfermedad de miedos, espantos y terrores. Una vez más la luna se desnuda de marrones cúmulos de nubes, quedándose abierta, petrificada en un fuego frío y lejano. Es la señal. Se paran en bandada, correteando entre la soledad dura de las sombras. se dispersan en su asalto premeditado de gula sin limites. Se propagan como una peste de ardores en llagas humeantes. Su olor a trapo mojado de antaño, a tierra y aire de hace doscientos años. Escabulléndose en la inmoralidad de su deseo prohibido, de su inhibición de asesinos natos, de su chasquido de lenguas purpuras. Goteando uno a uno por una penumbra que los ampara sin preguntar, cómplice de su grosería infame. Llegan separados a la playa, donde la noche campea en todo su esplendor, tronando de temblores que cargaban el aire de malos presagios y advertencias inútiles. El paseante solitario remoja sus pies en la orilla del océano, sin sospechar que la vida como el la conocía estaba a escasos segundos de terminar por completo. Como en una intuición desoída, siente el frío desolador de la muerte como un aliento sombrío en los huesos, como una sombra que apuñalaba en la periferia de su campo visual. Ellos mientras tanto, sutilmente agazapados en lo innombrable de sus inquebrantables voluntades, acechan como vampiros en un radio que se iba cerrando por la sola fuerza de su hambre milenaria, de su codicia por el rubí liquido de las venas humanas. Atacan. El pobre y solitario paseante logra ver un zarpazo de bestia desalmada, que lo tumba llenandole, de imprevisto los ojos, la nariz y la boca de arena mojada. Tiembla, patalea del susto, se intenta vanamente defender del tumulto que lo rodea en el más abominable de los silencios. Intenta gritar, emitir el alarido que le perforaba las entrañas de puro y exquisito miedo, pero es detenido por el par de colmillos infinitos que se le hunden en el cuello... un desvanecimiento, un par de pupilas que brillan como la desintegracion de las edades, otro, otro y otro y otro más. Cinco en total, en el cuello, los brazos, la ingle y las pantorrillas siete pares de colmillos le sorbian la vida del tuetano de sus huesos, paralizandolo con una rabia de siglos oscuros, mareandolo como un licor de muerte insoportable, con una euforia desmedida y un dejarse ir en las garras del horror, un no importa ya más nada. Saciaron su sed, no por mucho tiempo... Dejan las sobras de su cena en la orilla bañada de estrellas a merced de la lengua gigante del océano. Huyen con su tesoro de hemoglobina y vida derramada por la comisura de sus labios grotescos. Pero el amanecer no encuentra ningún cuerpo en la playa. . . Otra amenaza sitia el universo de la noche, otro asesino sera victima de la eternidad de la gula delirante y narcotica por la sangre.

1 comentario:

Silvia_D dijo...

Dios!! impresionante relato vampírico!!

Me gusta como escribes, niño, ha sido realmente un placer leer tu terrorífico texto.

Mis mordiscos no se parecen a esos jajaja son suaves , aunque contundentes, no provocan miedo si no placeres ocultos... ;)

Besos y bocaos