Hay un campo en los sueños, donde se agita un amarillo sin tregua, un lugar de molinos y serpientes, donde el viento es una materia diferente al viento que ahora se agita en mi ventana. Allí la luna no es jamás la luna y el cielo toma infinitas tonalidades según la capacidad del soñador. Yo recorro a veces los senderos, me arropa un gris lavado y hablo con personas que extraño o que veo a diario. Tengo entonces expresiones que habitualmente suprimiría y se velan en mis manos, tiempos paralelos. Hace mucho que no practico el vuelo, siendo que en una época lo había aprendido von detalle. Entonces me recuerdo, planeando o zumbando veredas, me recuerdo en canteras de estudiantes o en la calle Buenos Aires, un lunes al mediodía. Siento nostalgia... O acaso una melancolía que podría desbordarme, si al final de cuentas este cuerpo fuese tan solo un recipiente de esencias fugitivas y esta vida una misión de engorde que tiene como cometido enriquecer la materia oscura, ese vasto mar de conciencia en suspenso. Pero quién sabe...
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