Casi las 3. Después de meses de un deseo dulce y doloroso llegué a descubrir el color de sus piernas. Tal como lo imaginaba, palidez y desdén, risa baraja y y un planeado clavado que no tenía misterio. Me dolió tanto verte llorar así, bebé, quebrarte de lágrimas en gemidos inagotables, eran las 10, el mundo afuera cantaba con voz de pájaro y toda tu cara, entreverada por mis dedos, era fuego y pasión, confusión. Abordarte en un arrancar de pantalón, "volcán", de eso me acuerdo. Todos tus ojos de llorar por otro se abrían chiquitos para dejarse cebar por mi ansiedad de lobo herido por la noche, te reías como la crema, llena de alcohol, que no pasa nunca, me arrastrabas hasta el último abismo, mientras que en mi maravillarme me dispuse a aguantar el cielo doloroso que estaba por llegar. Y sí, ahora lo digo. Fui tu indesición, tu infracción de mediodía trasnochado, fui el atracadero secreto de tu despecho, pero vos fuiste para mí la verdad de la vida, el arroz de esta primavera que me sueña mientras la sueño, el dolor desparramado de mis tripas vampiras, fuiste el regalo cariñoso de mi lucha desgarrada, y yo te tomé, ineficiente pero feliz, te toqué altivo entre la melaza de saberte más lejana que nunca, pronta en esa conjunción de humo y marfil, de mármol y café, turquesas aturdidas en colchones viejos, cajas de vino, ruinas de tormenta en arenas sin fondo. Ya está. Ya fue. Ya era. Ya. Pero... Pero.... Pero.
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