martes, noviembre 14, 2017

Descorrer

Es menester. Anoche cuando volvía, en medio de revelaciones, vi la luna amarilla acariciar los edificios de la avenida. Estábamos cerca del amanecer y el mundo me pareció una madre con alas, regalando tanto y reclamando tan poco. Me pareció necesario estremecerme hasta las lágrimas, y lo hice, porque la perfeccion reside en la impoluta sucesión de imperfecciones, ruta de ancestrales señales que con fidelidad nos ha traído hasta este presente. Hablar con un amigo. Vivir. Resbalar en la inmesidad dejando huellas por el fuego y por el hielo. Cantar por cantar y cantar hasta morir en todas las esquinas de Montevideo, donde un sueño de moho y serrín, se esboza por las sombras y las iglesias, en los sotanos y a mitad de cuadra. No se pudo encontrar la manera de no llegar siempre hasta acá, hasta esta noche donde la primer madreselva fue pavor de soledades y donde el cielo, abrasador, se convirtió en abrigo y refresco para las almas que combaten. Nadie hablará de ruinas, donde el árbol inmenso se vuelve Amnistía y Abrazo. Gritan los pájaros nocturnos, porque una murga vive, sus decenas de manos toman tijeras y flores y aerosoles que son idénticos a la vida misma, esa que entumece, cuece y descose, donde las risas son más que cualquier plástico y donde las miradas de diamantes clavan al reloj, el vuelo de las almas. Voy a seguir abrazando, con las manos pintadas y los dientes apretados, voy porque vamos. Vamos porque allá también estamos, donde la vida y la sangre nos pondrá a última hora.

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