domingo, enero 28, 2018

Flotar

(entrada 1300 del blog)

Tengo que volver a agarrar el celular para escribir. No me puedo dormir, incluso despues de 10 horas de intensa actividad laboral en la que no estuve quieto ni un sólo minuto. La mañana tiene como un peso que me aplasta, hoy la vida me ha dado varias cachetadas, una seguidilla de escupitajos me vuelven a demostrar que nada se detiene, que todo lo demás siempre es y que a nadie le importa demasiado. Una nebulosa, un sistema de tormentas solares donde abunda la miseria y la riqueza, mi corazón entre los altísimos corales, mi costado con su herida que no cicatriza nunca, el incendio de lo que no pudo ser, el tránsito esporádico que se meszcla con los pájaros y se mete en mi ventana junto con un silencio de cementerio, donde no hay agua o roca viva. Es carnaval. Una y otra vez el reloj me hace acuerdo que todo es incertidumbre, que no se puede contra eso y que lo único seguro es la muerte, que con su risa como arañas de ceniza, espera paciente del otro lado de todos los latidos. Hoy caminé el amanecer. Ayer usé lentes pero hoy mi dolor era tan grande que ni siquiera me los puse, me dejé devorar los ojos por el amarillo de las 7, me abrí al rayo y este anidó por mis costillas y revolvió el ensopado de mis tripas y comí una empanada triste en un banco triste de la ciudad vieja triste y tomé una Coca-Cola chica y triste mientras repasaba los acontecimientos y escuchaba una vieja columna de Campiglia llena de chistes obsecnos y reí, también triste mientras hubiese deseado tomarme una cerveza, sabiendo que en nada iba a anestesiar la voracidad de mis pensamientos. Así que vine a la cama. Pensé en mi papá. Pasó otro ómnibus lento. Deseé la sangre en la pereza del matador dormido, argumenté que luna, que manzana, que barro y polvo en la inmensidad. Nada sirvió, sigo despierto cargando todos mis sueños destruidos sobre los hombros que, lacerados de culpa, se hunden en mueca indiferente. A cada momento entra más luz al cuarto. Ni siquiera ecos suenan por mi cabeza, ni escenas de películas, ni frases célebres de libros, ni cuartetas de murga. Carezco ahora, inclusive, de deseo sexual, soy una ameba haciendo cabriolas de nadie en un carnaval de sangre y silencios para preguntas por amor. No estoy cansado, solo brutalmente gastado por las cosas hermosas, esquivas y vanidosas que jamás habrán de llegar. Siento pena por el mar celeste, una melancolía insólita por el cielo gris y la luna llena. Sigo volcando el vómito de mis lágrimas sobre el ruidoso claqueteo del teclado del celular. La vida es esto para mí, redactar desde mi torre de mierda, toda la belleza que nunca podré acariciar. Extrañar, anhelar, acaso soñar... Pero despierto, ya que Morfeo me invalida, como pago por la necedad de mis arrebatos, negandome el acceso a su reino de suaves olas de descanso y paz. Late lento mi corazón, a penas viaja la sangre por las tuberías de mi cuerpo y me parece que podría escribirte hasta la muerte. Me siento un poco confundido si me doy cuenta que lo más peligroso en esta vida es no saber lo que uno hace y que en este mundo, uno pocas veces tiene puta idea de lo que hace. Quisiera poder reunirme conmigo, ser la multitud que llevo adentro y después del bramido del motor diesel que arruina al canto del hornero, finalmente dormir. 

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