Bailando un son sobre el cordón de la vereda, como una copia ausente de si misma, una mujer sin sombrero huye en praderas donde florece el olvido, cantando silencios de negra, huye hacia un fundido sin flores, hacia una vida sin arroz. Toda la ciudad la mira pasar con cierta pena, aunque ella baile mejor un candombe, pasa y toda la calle la quiere acariciar, pero ella bebe para no dejarse tocar. Sin sombrero. Desparrama regalando su risa gigante de cataratas y los paises que dan vuelta por su boca, dejaron tras sus ojos, una verdad de hierbabuena y cicuta, como un elixir de llantos secos y amores imposibles con olvidos interminables, que se vela a veces, entre las transparencias de su falda, tan corta...
Amanece y ella es una con su ventana. Aferrada para siempre a una negación de cedro, que se apacigua de consuelos en la hogera de algunos amores vacíos.
Tal vez una tarde cuando la luz, al descomponerse entre los árboles del verano, sea la correcta y los dorados últimos, manchen al gris de alguna nube, ella sienta una presión en su pecho, un dejo de vino milenario y unos ojos que la.miran y la tocan... Acá.
Un canto en la mañana de su cocina, un corte de ardor en el cuello de su presa, a quien de tanto desear, no pudo hacer sino otra cosa que matar para siempre de su agenda y de todas sus amigas y hermanos. Taparlo con sonrisas cortesanas, con decaídos miniñaques de silencios, miradas que corren hasta el horizonte y en las hojas de su balcón, los mismos ojos de nuevo, el mismo apretón en el centro del pecho y no hay nadie para contarlo.
El espejo la cuida del destrozo, viaja acurrucada en el fondo de un ómnibus de ausencia. No conoce... Decidio quitarse el caluroso sombrero del amor y correr a la playa vacía de algún almuerzo de negocios. Y a su casa, con el atardecer, volverá cantando:
"Amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño"
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