Recién a mis 33 años puedo decir que me vino un verdadero viento de rebeldía, un gesto de asco que me genera la rabia del que da vuelta el tablero, y la determinación del que ve a la muerte llevarse los recuerdos en una tarde cualquiera. Porque el viento, siempre en contra, me trae un perfume que es el menos indicado, porque el amanecer firma sus documentos con la inflexibilidad del perro. Me urge aclamar una dominación sobre la adversidad y plantar la bandera de mi destino, por sobre los montes negros de las circunstancias. Todo va a cambiar, todo tomará el cariz de mi voluntad. El cielo piedra, aguacero metal, fondo de botella. La luna pedernal cogote, piernas de princesa. La calle, dinero y momentos como un prisma donde mi luz pueda descomponerse a gusto. Existe solo un camino, siento en el alma la certeza feroz de recorrerlo fuerte. No habrá palabra ni excusado que con la furia de mil mujeres hermosas, sea capaz de desdecir mi golpe sobre la mesa del presente. Centro mis dedos, abro lo que resta de mi corazón para escribir el vómito que largan mis tripas, los pedazos de canción y los abrazos descartables, que por anónima decisión, me han traído a esta isla de mí mismo. Soy solo el fuego y el agua que moldea mi futuro, el decreto y la oración que me pondrá a salvo de lo que ralle.
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