Estoy posado en la rama de la serenidad, en la blanca ternura de un imprevisto que se ha robado todos los latidos de mi pecho. Viajando por latitudes extraordinarias donde los paisajes hablan de tantos colores que apenas puedo clasificarlos, en realidad ni siquiera lo intento, simplemente dejo que se apoderen de mí, que me invadan la sangre y que florezcan mis huesos de a uno al calor blando de esta aventura. Resulta interesante experimentar la distancia, me gusta que por momentos parezca diluírse entre palabras y sensaciones de cercanía metafísica. De modo que no hallo más desahogo que volcar el torrente de mis pasiones en la pista de esta página en blanco, distribuir el calor en cada línea, bronceando la palidez de mi alma con el sol magnífico de tu sonrisa, de tu perfume, de tu esencia que es carnaval y pasión, que es condensación y sublimación de tantos sentimientos que se pudrían a la sombra de los tiempos oscuros, por los que nunca encontramos esto, esos tiempos donde fracasamos de forma miserable y donde llenamos nuestras alas de cicatrices, que ahora se hacen tan lejanas. Voy a luchar, eso es promesa, voy a entregarme de cuerpo y alma al llamado poderoso de tus caderas, a la mansedumbre de tu reposo, voy a correr hacia adelante, sin armaduras, sin lamentos ni temores, sin soledad ni rabia, sin espadas, para darme de lleno con tu abrazo. Intentaré ganarme a mí mismo, peleando en la paz de nuestro tiempo, por la unidad y la armonía que purifica el brasero de nuestro espíritu y que firma con tinta de sangre, una alianza más allá de todas las nostalgias. Compruebo, a través de estos pocos kilómetros que nos separan, que somos capaces de querer, de darnos de nuevo por completo a la vez que vos escuchás el canto del mar, a la vez que tu mirada se integra a las lenguas del fuego de tu asado, mientras yo viajo por la mañana y siento amor por el mundo y la gente me saluda con ojos nuevos y yo sonrío, melódico, lleno de canto, de confianza recorriendo el florido laberinto donde no estoy perdido, sino que deambulo cómodo, patino levitando y encuentro sin buscar la irregularidad más encantadora. Bailaremos al son de esa canción, motivo de las primaveras que nos quedan, de la mano, naturalmente, convirtiendo en oro el metal inerte de tantas anclas oxidadas, volviendo en vino el agua pestilente de tantas vacilaciones, de tantas demoras, de otras noches cerradas en las que ahora sale el sol, sigo sonriendo, te sigo pensando, abrazando en la distancia y la cercanía de este bello presente continuo... te estoy queriendo.
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