Conozco muchas pirañas en el río corto de la cuadra.
Esas aves rapiñeras que albergan en el corazón maduro
las palabras desandadas del alba.
Extender el alerón para agarrar viento en las curvas
parece ser el único modo inofensivo de desplegar la vela mayor
en la cúspide del verano, frente al océano incendiado
de pálidas rosas azules
de pálidas rosas azules
de escandalosos avances y escarpadas resacas
ambos teñidos de casi siempre con un ensoñado turquesa.
Por qué será que es tan necesario invadir nuestras propias cosas
con regimientos de indisciplinados monos a medio amaestrar
que acaso tan solo sirven para ocupar una pórción de la conciencia
y que luego atizan el horizonte mediodía, tarde y noche
buscando, en el mejor de los casos, la vastedad del horizonte.
También hay aquellos, los menos,
que procuran curvas demoradas en el ocaso
que abran hondas grietas a otros mundos.
Siempre hay que cuidar bien de no enganchar el mantel
y arrojar a un lejano álbum de fotos, todo el entramado de naipes
que nos mantiene con vida
y sobre todo
dentro de esta burbuja vencida,
herida, que se quiere curar
y que desea el imposible
mientras lo va viviendo