En este momento el hombre olvida que es un muerto hablando con otros muertos. Los murciélagos recuerdan las araucarias de sombra espesa y su latidos profundos. Reaparece la grieta de luz en lo oscuro y ciertos retratos, agachados por el tiempo, pierden la solidez de su terrorífica prepotencia. Entre las múltiples ventanas apedreadas de éste barrio juegan tres sombras como las de Lovecraft, tienen en la voluntad tan sanguinaria como las fauces y jamás han descansado. Bajo el furioso batir de sus negras alas como de moscas, nadie es capaz de acceder a descripciones validas el universo. Con el aparecer matutino de la luz y hasta el vespertino rumor del ocaso, el hombre habrá de soportar el peso de aquella nocturna perversión. La grieta habrá de no verse más porque todo será sol y cielo celeste, solo lejana noción de ciencia y de verdad, todo indisoluble realidad, hasta el atardecer, hasta el reinado forajido de una nueva luna.