Las mujeres salieron a la noche. No hacía falta decir nada, Rolo puso manos a la obra y yo hice lo propio. Dos minutos después teníamos armado un bolsito con la botella de vino, el refresco, una plancha gruesa de hierro para cocinar, un buen trozo de queso gruyere, uno un poco menos grande de provolone y otro más pequeño de parmesano, algunos cubiertos y varios condimentos. Partimos hacia el parque, claramente emocionados por el giro que tomó aquella última noche de nuestra estadía. Rolo parecía espabilado, me extrañó. Yo estaba contento y liviano, el recuerdo traumático de la yegua y la maniobra de las dos viejas, parecía ahora, lejano y natural. Caminábamos entre el bullicio de los grillos.
- Viste lo que es la guacha, no? - dijo Rolo, levantando y bajando con rapidez, ambas cejas.
- Bastante bien, sí. De dónde salió?
- Es de Minas, una amiga de Ezequiel. Nos encontramos ayer de tarde, yo salí a pasear porque estaba medio...
- Eso! Qué onda, primo? Te vi que estuviste en otra, todo el día. - lo interrumpí, aunque me quedé un poco intrigado sobre cómo se las ingenió para conseguir la compañía de Noelia.
- Sí, a decir verdad pasé bastante mal. La tía me agarró para una de sus charlas raras y me dejó como en otro mundo...
- A vos también?
Caminamos en silencio el restro del tramo. A lo lejos se distinguían las figuras de las dos mujeres en la penumbra del parque. Se veía un tímido fuego asomar en la cuna del parrillero. No demoró el perfume de la hojarasca y las ramitas quemadas en alcanzarnos.
- Amo ese olor. - dijo Rolo suspirando
- No pierden el tiempo las gurisas.
Algunos mosquitos se precipitaron al ataque apenas pusimos un pie en la grama nocturna. Rolo se dio un manotazo en la pantorrilla y profirió un insulto ruidoso al que Valeria respondió con rapidez, lanzandole un frasco naranja de repelente.
- uh!! Muchas gracias, che. - dijo Rolo
- Nostras ya nos pusimos - dijo Noelia
- No pierden el tiempo, las gurisas. - dije yo.
- No pierdas el tiempo vos, Hernán. Ponéte a cocinar, dijiste 2.30 y son las 2.10, sabés?
Sus palabras surtieron un inesperado efecto en mí. Me llenaron de una armonía tan total, y un sentido del deber tan claro, que en menos de 10 minutos, tenía pronta no solo la idea del menú, sino también la misenplá (como decimos acá).
Valeria trajo varios vegetales de su casa. Dos boñatos, tres papas pequeñas, un zuccini grande, una cabeza de ajo y unos cuantos tomates cherry. Todo de su propia huerta. A decir verdad, ni siquiera yo supe cómo, pero en minutos tenía todo cortado en bastones, cuyo espesor disminuía en función del tiempo necesario de cocción. Puse todo en uno de los bowls que traje de la casa, condimenté con pimienta negra, sal marina, un poco de romero, oregano fresco y bastante tomillo, bañando todo en un aceite de oliva de un color muy dorado, aunque bastante tirado al verde. La fragancia que todo eso soltó en el bowl fue tan fresca y deliciosa que todos se arrimaron en silencio a mirar. Por otro lado, la plancha grande, directamente sobre el fuego que Rolo, mientras tanto, puso a todo dar, se hallaba lista para recibir la aromática mezcla vegetal. Los dispuse sobre la superficie caliente y todo comenzó a transformarse. Noelia y Valeria hablaban entre si con un vaso plástico en la mano. Rolo armaba un caño y yo, con una espátula removía despacio los vegetales sobre la plancha grande. La noche era una hermosura total y gracias al repelente, casi ni nos molestaban los mosquitos.
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