Pasé un mes entero sin tener novedades de mi amigo Baltasar Gerbett. Con las negociaciones para la producción de la obra en punto muerto, me dediqué a escribir el guión de un corto independiente que llevaría por título "El Uber del Tiempo". El filme de 18 minutos, aparecería más de la mitad en tonos de sepia, e iba a versar sobre las fortunas y desventuras de un usuario del afamado servicio, quien al contrario de lo que el gran público hubiese preferido, no lo utilizaba para evitar enmendar los desaciertos propios del pasado, ni para prevenir los errores que lo llevaron a finalizar una relación amorosa, ni para dusminuir la procrastinación que lo llevó a abandonar una prometedora carrera como profesor de educación física, ni para correr a compar a dólares antes de la crisis del 2002, hecho que al personaje hubiese convenido de grande manera, máxime por haber comprado diversas propiedades inmobiliarias en la moneda Estadounidense, apenas meses antes de la corrida bancaria y la ruptura del margen de flotación establecido por el Banco Central.
Éste usuario, ahora de muy humildes recursos, a quien entre lecturas de diversos catálogos de Nuvó, decidí llamar Folleto, utilizaría los servicios del Uber del Tiempo para asistir al teatro Cibils, en la calle Ituzaingó, al dd/mm/aa, con la finalidad de intentar prevenir el atentado contra el general Máximo Santos, o al menos presenciar el suicidio de su atacante, y en caso de ser posible, escupir, gruñir o hasta insultar sobre el cadáver del acobardado magnicida.
La idea fue algo vaga en una primera instancia, lo reconozco. Sin embargo después del minuto 4, mi pasión fue in crescendo hasta alcanzar niveles de éxtasis narrativo pocas veces experimentado. Momentos antes de escribir el febril y casi sinfónico final del guión, decidí abandonarlo para siempre, luego de haberme erizado reiteradas veces recordando el sonido que produce un marcador permanente sobre el papel.
En ese momento, después de un vaso de ginebra con soda de naranja y casi medio paquete de Galousies, decidí abocarme a la escultura y retomar mi reproducción de la piedad de Miguel Ángel sobre una barra vieja de jabón Bão. Gerbet y yo siempre tuvimos una sana competencia sobre quién era capaz de hacer la mayor cantidad de réplicas de los grandes maestros del Renacimiento, casi siempre utilizando, para esto, las más dispares y miserables técnicas, dada nuestra falta total de materiales. Se me encimó una considerable cantidad de nostalgia y se me antojaba una buena noche de Baker's bar con el Balta. Le envié, tras corregir algunas imperfecciones en la barba de Cristo, un audio de Instagram a mi amigo: - DELTA-X-DELTA, acá Northen Light. Es preciso que nos reunamos en la calle charrúa, donde usted ya sabe, a las 2351 horas, sé que me escucha y que dado la hora actual, se encuentra usted viendo Mastercheff, así que espero finalize el mencionado show para recibir su afirmativa respuesta.
Ni cuarenta segundos transcurrieron hasta que apareció en pantalla su respuesta. Ok.
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