El tiempo anduvo por acá. Sus raíces, cicatrices, abanico de colores. Sigue viva en mi recuerdo una noche de verano, cuando un eco de tambores me llevaba de la mano, cuando un beso en la penumbra era el oro más preciado. Remolino de perfumes bajan por Isla de Flores, y allá por Martínez Trueba se perdían mis dolores, bajo la sombra del vino y de los puchos Nevada, se escondían dos amantes que quedaron en la nada. Amanece por la rambla, en sayago y en el prado, y con una última letra dejó un resto de naufragio
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