Qué golpazo me dieron los cantores que subieron al ómnibus ésta tarde. Todas las siluetas decían febrero, todos los silencios gritaban por encima de la radio, los shorts y las musculosas, las muchachas negras hermosas, las fruterías de agraciada a medio abatir por el vapor de los calores. Qué golpazo me dieron las puertas grafiteadas de la calle Paraguay con su melancolía, con su devenir tormentoso, con su decirme mortal. Hay algo que se insinúa en el aire pegajoso, un rumor de verano que se enrolla en poesías polvorientas. Recuerdos azules de una noche de lluvia de hace cinco años. Abrazos del amor en un sillón y una botella de vino hasta el amanecer, la esposa de Franklin
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