Los soldados que combaten. Los sacerdotes que pronuncian la fórmula que declara la guerra. Los enriquecidos jinetes que con saltos, van marcando su ferocidad en los ojos del enemigo. El castillo imponente con sus largas zancadas. La dama misteriosa que recorre inmensas distancias con la tranquilidad de su anillo sagrado.
Hay en la inmensidad una costumbre imposible de describir, un ladrido de perros desconocidos, una pulsión fantasma que gravita lejos de toda mirada, por más aguda que sea la plegaria, por más grave que sea la dolencia o la necesidad.
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