Vuelve con aromas de primeras estufas a queroseno, con árboles ya enflaquecidos, con el alargue irremediable de la siesta canina. Me trae el recuerdo de hace años atrás, de mi abuela, del taller de laqueados y de mi tendinitis en el codo. Un cielo como el de la curva de maroñas, ahora extraviado en la espiral cíclica del tiempo, es reemplazado por este celeste pálido tan parecido pero también tan distinto. Ya se enciende la sinfónica vespertina de las aves en el pino, los vecinos que aprovechan lo que queda de luz natural para clavar rastrillos en la tierra. Mis manos acusan el bajón de la temperatura con vidriosa sensación de urgencia. Se decolora volviendose casi negra, la última nube rosa del horizonte y con mi mate recien ensillado, vuelvo a mi aposento a seguir con el libreto de la murga.
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