- Es una torta espectacular, dijo Valeria.- el único problema es que te da tos.
Me reí. La guacha evidentemente quería hacerme entrar y sabía cómo.
- Me asustaste, lo que pasa. Te me parás atrás y me hablas así, que queres?
- Un pedacito de torta.
- Eh?
- Que quiero un pedacito de torta. Queda?
- .. Sin escupir? Mmh, creo que no.
- Qué asco, Hernán. Bueno, no importa.
Avanzó por la cocina hasta la mesada, muy cerca de mí. Con una mano se recogio a un lado, el rojizo cabello castaño y una oleada de su aroma me llegó, envolviéndome. Quedé como petrificado mientras mi corazón latía fuera de sí.
Hacía mucho tiempo que me refugiaba en mi trabajo para no enfrentar los fantasmas del pasado, ni los pulsos erráticos de mi sistema circulatorio.
Estuve 2 años en pareja antes de abrir Serrana. Lara era una amiga de Miguel, en verdad una amiga de la mujer de Miguel, Carolina. Nos conocimos la tarde que llegué a Buenos Aires, Miguel, Lara y Carolina me esperaban en Córdoba y Pueyrredón, para que, antes de llegar al apartamento, nos echáramos una buena borrachera. Fuimos a éste boliche, Fatal. Recuerdo la inmensa sensación de desamparo que se mezclaba con la férrea determinación de mi voluntad. Recuerdo ir perdiendo las correas de mi mutismo a medida que las botellas de cerveza iban y venían sobre la mesa. Recuerdo sentir en los ojos de Lara, la contención y el entendimiento que yo necestitaba para validar la osadía de irme de mi país, de mi familia, en busca de la realización de mis necesidades profesionales. Lara era morocha, maternal, loca y tenía una capacidad inagotable de hacer el bien y de dar de ella todo y más, por cualquiera que ella considerase merecedor de su infinita bondad. Esa noche fui yo, y durante los siguientes 2 años, su proyecto preferido, el receptáculo idóneo de su increíble capacidad de amar y de cuidar. Lara se fue a vivir a Madrid de forma casi imprevista, dejándome varado en mitad de mi gran momento: Serrana.
Demasiado tiempo tardé en reconfigurar la sangre de mi corazón. Casi todo había perdido su sentido. Lara me había ayudado a preparar el menú, a seleccionar la paleta de colores y la vajilla del nouvelle restaurant, su sello estaba en todas partes, pero una mañana de Abril, Lara se fue... Y nunca la volví a ver, jamas.
Estuve 2 años en pareja antes de abrir Serrana. Lara era una amiga de Miguel, en verdad una amiga de la mujer de Miguel, Carolina. Nos conocimos la tarde que llegué a Buenos Aires, Miguel, Lara y Carolina me esperaban en Córdoba y Pueyrredón, para que, antes de llegar al apartamento, nos echáramos una buena borrachera. Fuimos a éste boliche, Fatal. Recuerdo la inmensa sensación de desamparo que se mezclaba con la férrea determinación de mi voluntad. Recuerdo ir perdiendo las correas de mi mutismo a medida que las botellas de cerveza iban y venían sobre la mesa. Recuerdo sentir en los ojos de Lara, la contención y el entendimiento que yo necestitaba para validar la osadía de irme de mi país, de mi familia, en busca de la realización de mis necesidades profesionales. Lara era morocha, maternal, loca y tenía una capacidad inagotable de hacer el bien y de dar de ella todo y más, por cualquiera que ella considerase merecedor de su infinita bondad. Esa noche fui yo, y durante los siguientes 2 años, su proyecto preferido, el receptáculo idóneo de su increíble capacidad de amar y de cuidar. Lara se fue a vivir a Madrid de forma casi imprevista, dejándome varado en mitad de mi gran momento: Serrana.
Demasiado tiempo tardé en reconfigurar la sangre de mi corazón. Casi todo había perdido su sentido. Lara me había ayudado a preparar el menú, a seleccionar la paleta de colores y la vajilla del nouvelle restaurant, su sello estaba en todas partes, pero una mañana de Abril, Lara se fue... Y nunca la volví a ver, jamas.
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