Volvió Ezequiel de la casa. Traía una botella bajo el brazo. Sonreía. El amplio fondo seguía lleno de gente. Rolo contaba entre risas, una historia de nuestra adolescencia en la que me hacía quedar muy mal parado. Yo deseaba intervenir en mi defensa, pero en realidad estaba absorto en la figura de Valeria. Se había sentado con una de sus amigas junto a la tía y ésta les daba charla. Susana parecía somnolienta, Hugo estaba de pie en una esquina junto al parrillero casi apagado, hablaba con el padre de Rolo y ambos fumaban. Mamá se acostó. Papá venía de andentro. Se había hecho un sándwich con finos cortes del cordero frío, tomate y una cantidad impresentable de mayonesa. Nos miramos, le sonreí haciendo un gesto hacia adelante con la pera. Papá levantó el sándwich y las cejas, ofreciéndome. Hice que no con la cabeza y señalé la mesita que habia instalado. Papá aprobó y se fue a sentar junto a la tía y a Valeria, conversaban.
Maxi y Tiago, los amigos del Eze, nos contaban de los bailes de Minas, de las pibas, el escavio y de las motos. Siempre jodiendo con las motos. En eso se sienta Ezequiel.
- Pero a vos te gana la paja y por goleada, qué cosita. - Le dice Rolo. - Vino blanco trajiste, pero a quién se le ocurre, mi Dios querido!!
- Fue el que encontré, gil. - Respondió algo apenado.
- Andá Hernan, trae un vino por favor!!
- Y vos qué tenés? Parálisis, hijo de puta? Después me querés jugar una carrera y no podes ni mover los gajos. Pesas como 90 kilos, bebé!!
Se paró en un acto súbito y arrancó a correr con rumbo a la cocina. Lo capté en el aire y haciendo alarde de mis buenos reflejos, me lancé tras él a toda velocidad. Serían unos 15 metros y pegamos un buen pique. Llegamos tan a un mismo tiempo que nos pechamos para entrar por la puera del fondo. Detrás nuestro, la risa de los mayores validaba la inmadurez de nuestra competencia. Rolo quedó colorado y agitado, yo también, pero más bien me sentía pálido. A ambos nos sorprendieron ente risas e insultos, los ojos de Beatríz y de Valeria, inmensos, con las bocas ligeramente abiertas. Ahí sí que la sangre acudió como un escudo a mis mejillas. Rompió la incomodidad del silencio, la risa de Beatríz secundada por una más tímida.
- Así son los hombres de esta familia, Vale, siempre compitiendo. Pero siempre sanamente, siempre para la joda.- Dijo Bea y posando una mano sobre el hombro de la joven, se voltearon para seguir hablando sobre el armado de la torta, escudriñando los escasos restos con un cuchillo de serrucho.
Me di vuelta y Rolo se cubría la risa con una mano. La cocina estaba llena del olor de Valeria. Un perfume de jabón blanco y flores violetas prevalecía sobre los innumerables olores que giraban en el calor aferrado a la cocina.
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