sábado, septiembre 10, 2022

A raíz de un paseo al Cerro

 Sábado y el primer rayo oscuro de la noche ha borrado el calor que alumbró el día con blancos caballos sucios y humos de asado por el barrio. Estoy por salir para el cerro y mi agitada humanidad naufraga a medias entre nostalgias y esperanzas de un beso demorado entre mensajes de WhatsApp. Hacía tiempo que no sentía está urgencia taciturna, esta sensación de minucioso taladro en las costillas. No va a ser hoy, tampoco mañana por lo visto, pero va llegar el minuto en que al amparo de un redoblante de murga lejano, tenga mi carta en la mano y la arrroje sobre el paño de sus ojos tan claros. Voy a desvelar la tristeza de mi viejo corazón con una nerviosa sonrisa asomando en los labios. La piel erizada y un juego de dados que rodarán despiadados en la mesa del destino. 

En un cambiar de párrafo ya estoy montando en otro ómnibus, las manos heladas, las luces naranja volcadas sobre un cantero, misia odisea para pobres piratas de la calle, murallas mordidas por la carcoma, centinelas somnolientos que dejarán pasar sombras y sospechas detrás de un vaso de vino. No dejo de chasquear los labios indignadamente al repasar los últimos recodos de este río acuchillado de turbulencias y demoras y dioses esquivos para eternos penitentes trasnochados. Siento que hay una furia en mi prosa cansada, siento un murmullo de ardores insondables, siento una ausencia sin pausas en la intimidad de mis letras, una irreprochable sobreadjetivacion que se me hace necesaria porque la falta de sustantivo es ya casi intolerable. Soy un espejo en espera, una sombra diez años después, éste es mi sábado de milonga y francotiradores entre el pasto. Ésta es mi carta a la inmensidad sorda, mi lejanía del canto y del baile, mi cara sin maquillaje, soy mi peso perdido por un invierno lleno de gripes y de fiebres y de sueños donde tengo cuatro hijos en un edificio de misterios con largos balcones sobre patios grises donde hay botellas de plástico abolladas. 

Cuando retomé este texto, ya el domingo se estaba evaporando, la noche anterior estuvo signada por un asedio mental demoníaco que solamente el primer rayo de sol fue capaz de combatir. A las tres de la mañana me llegaron unos mensajes que pusieron en liquidación mis últimos frenos, fueron 24 horas de pensarla casi sin tregua y no hubo tangos ni partidas de ajedrez ni vinos baratos en copas de cristal que la hayan apartado un minuto entero de mi mente. Todavía queda este último bondi para que termine la Odisea, mañana el amparo de la tarde tendrá un sabor lejano de inminencia y encontraré en la historia eso que me es tan esquivo en estos días.